Los jóvenes y la política: ¿Falta de interés o decepción?
- María Martínez
- 1 may
- 4 Min. de lectura
Las simulaciones universitarias del Congreso de los Diputados ponen de manifiesto la insatisfacción de la juventud con sus representantes políticos
Banderas republicanas. Gritos de ensalzamiento al régimen franquista. Oposición al orden constitucional. Acusaciones de terrorismo. Son solo alguna de las cosas que se vieron en la última simulación del Congreso de los Diputados de la UC3M, organizada por la asociación Ágora.
En ella, cientos de estudiantes de distintas carreras y universidades se dan cita para, durante 3 días, convertirse en Diputados y Diputadas. Cabe destacar lo que esta palabra implica. Por nosotros que, como estudiantes, no somos conscientes de la dimensión de esta tarea. Pero también, y sobre todo, por todos aquellos titulares del cargo, que parece que muchas veces lo olvidan. Ser diputado es ser el representante del pueblo español, del pueblo soberano.
En estas simulaciones del Congreso llaman la atención las excéntricas intervenciones de los participantes, que tienden a llevar a la sátira los discursos de los partidos que dominan el espectro político actual. Esto hace que muchas veces se las tache de poco serias o de demasiado radicales. Pero, ¿qué es una sátira sino un intento de evidenciar la ridiculez de algo? ¿Acaso todo ese “show” no es una crítica del estudiantado a los que dicen representarlos? ¿A los que se supone que deben ser un ejemplo a imitar en el futuro?

Los medios de comunicación, los políticos y la sociedad en general tienen la costumbre de proclamar que los jóvenes están perdiendo el interés en la política nacional. Como siempre, resulta fácil atacar a la llamada generación de cristal. Por lo que hace y por lo que deja de hacer. Perdón por la discrepancia, pero si a la juventud no le interesara la política, no se organizarían estos eventos ni tendrían el éxito y el reconocimiento que tienen. Quizá el problema sea que a los jóvenes la política sí les interesa, pero les decepciona constantemente.
Porque lo que ven es a sus representantes en el Congreso buscando la división más que la unidad. Discutiendo lo que dicen sus rivales por el mero placer de discutir sin, muchas veces, haber si quiera valorado el contraargumento. Faltando al respeto a otros parlamentarios con la única justificación de diferir en opiniones. Rechazando la bandera española. Haciendo malabares para gobernar con polémicas minorías que hacen imposible aprobar medidas eficientes. Usando indiscriminadamente eslóganes y apelativos que resultan ofensivos para colectivos, religiones, etc. Haciéndolo, muchas veces, incluso en tono de burla.
Todo ello, paradójicamente, respaldándose en que la Constitución Española les ampara. En que, según el art. 71.1 CE, gozarán de inviolabilidad por las opiniones manifestadas en el ejercicio de sus funciones. Pero, sinceramente, que sea constitucional no lo hace menos vergonzoso. La política nacional cada vez es menos política y más un debate de tertulianos promedio de las tardes de Telecinco donde el respeto y la elegancia brillan por su ausencia.
Todo esto hace que, inevitablemente, los ciudadanos empiecen a cansarse de las discusiones infructíferas de los diputados. De los constantes bloqueos. De la crispación. De que la confianza y el respeto de los electores hayan quedado relegados a un segundo plano por las ansias de poder, influencia, dinero y comodidad. Y por si estos fueran pocos motivos para distanciarse de la política, en el caso de los jóvenes se suma la barrera generacional. La sensación de que no hay nadie que les represente a ellos, que entienda sus problemas. De que hay mucho ruido, pero que no se llega a ningún cambio.

Y quizá, en vez de seguir tirando balones fuera, los Señores Diputados deberían ver estas simulaciones como una forma de hacer autocrítica. De acercarse a los votantes. De escuchar a los más jóvenes, que ya no saben cómo expresar su descontento. Porque es completamente cierto que a un alto porcentaje de las nuevas generaciones le da igual lo que pase en el panorama político actual. Y si encima silencian a los millenials y a los miembros de la generación Z que sí que se preocupan por la situación de su país y blanquean sus críticas tratándolas de chiquilladas, tenemos un problema.
Porque ellos son el futuro. Y un pueblo que no quiere elegir porque no encuentra alternativas se acaba convirtiendo en un pueblo apagado. En un pueblo sin opinión. En un pueblo dominable. Sin pluralismo, sin opinión, sin iniciativa y sin participación no hay democracia. Y sin democracia…
En fin, que cada uno complete esa reflexión. Precisamente para no tener que volver a vivirlo, deberíamos replantearnos la imagen que da la política nacional a día de hoy. De nuevo, deberíamos todos, pero sobre todo, deberían aquellos a los que el pueblo español ha dado la confianza. Llegar al escaño no significa que ya no haya que escuchar a a los votantes hasta dentro de cuatro años. Todo lo contrario. Sobre todo, cuando esos votantes se están quedando sin formas de decirles que tal vez, y solo tal vez, no están estando a la altura.
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