La sociedad del espectáculo y el discurso
- Roberto Sánchez
- 11 abr
- 7 Min. de lectura
Cómo los medios de masas modelan nuestra forma de pensar y actuar

“La razón de que el espectador no se encuentre en casa en ninguna parte es que el espectáculo está en todas partes”
Guy Debord define así en su tesis número 30 de La Sociedad del Espectáculo cómo el espectáculo en la vida del capitalismo tardío hace sentir al público objetivo del arte y el entretenimiento en su tiempo de ocio.
La Sociedad del Espectáculo es un texto de 1967 encuadrado en la corriente situacionista, nacida en los movimientos previos al mayo francés de 1968. Esta corriente se encuentra, generalmente, enmarcada en los ámbitos artísticos enlazados con la Vanguardia. En este texto, su autor recalca la sociedad que ha devenido de la creación de las condiciones sociales que han dado lugar a la democratización de los medios de comunicación, como la radio o el televisor.
De este planteamiento y aquellos encontrados en su texto se pueden extraer análisis, que, puestos en relación con otras corrientes de pensamiento, dan lugar a un acercamiento de la construcción de las realidades actuales en nuestro entorno, en la política y en la moral. Siendo, por tanto, el objeto de este artículo ver desde estos puntos de vista la situación actual.
El espectáculo
El espectáculo se refiere a una representación, una imitación de una realidad previa. Es, al final, una mimesis, una copia. Lo que se encuentra en el espectáculo es real en la medida en que en su propia realidad subsiste. Es real dentro de una trama aquello acorde consigo misma, es real que Romeo se suicidase frente a Julieta en un estado de apariencia de muerte.
La representación de las realidades se basa en coger una realidad dada de antemano y atenerla a un discurso concreto, se trata de plasmar la experiencia humana en sus diversas formas desde el substrato de la generalidad de la experiencia a una historia concreta. Es por ello por lo que la realidad creada en las narraciones es una realidad en sí misma, del mismo modo que se sabe que estas no son reales.
Sin embargo, la comunicación de estas situaciones se basa en un discurso que los mantiene estructuralmente. Este discurso no es uniforme ni tampoco evidente, sino subyacente a la imagen representada. Es así como se construye una imagen de la realidad que es esquiva para todo aquel fuera del público objetivo de dicha imagen e incluso incomprensible e intraducible. Es difícil entender parábolas budistas desde una perspectiva de las tribus originarias de las américas, tratando de ejemplificarlo.
Es claro cómo se encuentra esto tanto en fábulas como en cómics, y estos ejemplos no son escogidos al azar. La fábula es una narración semi ficticia que alude a un mensaje final abstracto o en forma de metáfora y relacionado con la historia contada. El cómic nos habla de una situación completamente ficticia que trae consigo los elementos para influir en la realidad social.
La historia del cómic o tebeo de super héroes nace con los auges de las Guerras Mundiales, por los cuales se trata de expandir la mentalidad nacionalista y militarista a través de medios que lleguen a toda la población, y qué mejor para hacerlo que las imprentas, las imágenes coloridas y las tramas que enganchan. El Capitán América es un claro ejemplo de ello, representante de los valores nacionales estadounidenses, soldado de la Segunda Guerra Mundial en lucha con organizaciones del estilo nazi. El espectáculo exagera y a la vez comunica valores a los espectadores.

Guy Debord habla de cómo el espectáculo necesita de espacio no laboral para que funcione, espacios de ocio, pero que esta no-actividad se convierte a su vez en actividad. El ocio recuerda y reafirma las mismas bases que fundamentan el trabajo de los espectadores. A su misma vez se comunica la meritocracia y se ponen a figuras remarcadas de la sociedad en la televisión. Así, el consumismo de la sociedad del espectáculo nos lleva a la visión de la globalización de las esferas de la sociedad. Aquello que era revolucionario, el descanso, se convierte en algo absorbido por el consumo y los factores de producción, como remarca Debord. El ocio se convierte en base de beneficio para aquellos que quieran aprovecharse de esta oportunidad en el mercado.
T. W. Adorno, filósofo de la Escuela de Frankfurt, hablaba en su Teoría estética de la burbuja del capital. El mercado absorbe todo aquello que se sale del status quo. Los revolucionarios se ven dentro de la esfera del consumo en el momento en que el espectáculo los inserta dentro de sí y ofrece una imagen de lo que “deberían ser” los revolucionarios y las revoluciones. Una axiología espectacular. Así lo remarca Debord en su tesis 57 (Op. cit.).
Del espectáculo al discurso
Una vez ejemplificado el espectáculo como representación, el discurso es aquello que se tiende como estructura del espectáculo y del poder mismo dentro de este. Al fin y al cabo, en una sociedad de valores solo nos podemos encontrar con las relaciones de poder, a las que no se puede escapar.
Foucault habla de la microfísica y la macrofísica del poder en sus obras (v.rg. Vigilar y Castigar, donde lo aborda en forma de la genealogía de las prisiones) donde se emplea todo un conglomerado de técnicas para someter a control a los grupos sociales en función de principios diversos en relación con la cultura u ontología existente. Ejemplo de esto se ve en la forma en que se castiga al criminal parricida R. F. Damiens en 1757, en Francia, donde se expone una de las últimas ejecuciones brutales en el siglo XVIII. Esta tiene una forma de espectáculo, representa una realidad que es la fuerza del rey frente a sus súbditos de una forma exagerada.
El poder del rey frente a estos se expresa en una estructura de poder vertical, donde se distribuye de forma desigual para el castigo de aquellos que osen atentar contra el poder real. En el siglo XIX, sin embargo, se meterá en prisión a aquel que trate de subvertir el orden establecido mediante una serie de ejercicios prácticos mecanizados para “curar” al “paciente”, volverlo a hacer un ciudadano y, en última instancia, vigilarlo, controlarlo y docilitarlo.
De estas consideraciones llega a la forma del panóptico, un medio de control donde el vigilante se encuentra en el medio del módulo de la prisión en una torre desde la cual puede ver todas y cada una de las celdas. El dato interesante: los presos no pueden ver al vigilante, ni siquiera saber que está ahí. Una prisión psicológica.
El espectáculo sale aquí de los castigos y se traspasa a como la realidad se ve en función de la estructura disciplinante de las prisiones. El poder ejerce sus competencias de forma representativa. Expone en sus leyes las consecuencias de no adherirse a los comportamientos que el poder crea, y que con esto mismo se crea una realidad propia.
Acudiendo a otra fuente, en este caso a la Dialéctica de la mirada de S.B. Morss, se nos pone ante el análisis que Walter Benjamin hacía de las Olimpiadas. Las Olimpiadas vienen de un origen neoclásico (perviviendo un discurso que es el de la vuelta a lo clásico griego) donde cambian las tornas y las reglas de acuerdo con los nuevos modelos de producción de la época, al Taylorismo, en concreto, es al que acude Benjamin. Podría hablarse de otros, como el Fordismo en la especialización, etc. En estos se traspasa un discurso de un espectáculo bajo un discurso dominante, el de la medición del tiempo. En esto se basaba el Taylorismo, al igual que los 100 metros lisos o el salto con pértiga. Todo medido al milímetro, todo controlado como una serie de producción, permea el discurso de la productividad sobre las masas mediante la televisión y los medios de masas, como el periódico (al que Benjamin suma importancia).

Creación
El tiempo, junto al espacio, hace sencillo controlar sujetos a través de esta estructura donde el espectáculo se propone como una forma de regularizar una realidad subjetiva y generalizarla. De esta forma se aplica una visión generalizada del mundo a la población, público de oyentes y espectadores. Usando el tiempo de ocio se consigue atacar en un estado de debilidad a los ciudadanos con mensajes propios de los grupos con influencia en la sociedad. Este control de los tiempos hace sencillo generalizar mensajes como el auge de la militarización y la esquizofrenia por la posibilidad (o probabilidad) de un conflicto contra una nación extranjera como, en nuestro caso actual, la rusa. Es una posibilidad que no se demuestra por actos del enemigo, sino por los propios, un estado de alteración que se lleva a las personas y que genera un estado generalizado de alteración en las personas. Se ha creado una realidad, la realidad de la guerra inminente que todo el mundo acepta.
Por tanto, la creación de un discurso a través de un bombardeo de información es un hecho comprobable. Cabe en otros ejemplos, como es el de las elecciones estadounidenses, mediante lo que se ha llamado comúnmente la “hiperstición” (en base a las investigaciones del CCRU). Mediante esta técnica, un grupo con cierta repercusión mediática tiene acceso a enviar un mensaje que haga creer a la población (o más bien, saber) que las elecciones ya habían sido ganadas por el Partido Republicano, incluso antes de haber votado.
El método más sencillo para conseguir esto es el espectáculo, como se ha venido diciendo. Se plantea un teatrillo de imágenes que se insertan en el discurso popular y lo deforman para crear un estado de cosas que plantea una nueva red de poder y convierte la realidad en un lienzo para plasmar nuevas formas de opresión y colonización.
Fin o comienzo
De esta forma se ha construido el capitalismo tardío, bajo un discurso de incapacidad de cambiar de modo de vida, donde el capitalismo corporativista se perpetua enseñando a las masas que no hay otra opción, solo la de este sistema. Aun así, la curiosidad es que el mismo sistema cambia con el tiempo, como hemos visto, pues de Thatcher a ahora ha cambiado tanto en su estructura como en su discurso. Esto se nos aparece de forma contraria a lo que el mismo propugna de sí, que este es el mejor sistema y que no hay otro mejor, siendo el menos malo. Pero, aun así, se mueve.
De esta forma, espectáculo y poder quedan entrelazados bajo la forma del discurso, convirtiendo a las tecnologías de masas (como antes era la radio y la televisión, ahora las redes sociales) en un instrumento para la economía política de los grupos dominantes, en una forma de vigilancia mediante establecimiento de estándares vigilados por cada uno, en un modo de control poblacional y de respuestas a las decisiones de la autoridad. Con esto se plantea una duda, ¿es el fin o el comienzo de una nueva etapa en las sociedades de Occidente como las conocemos?
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