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¿Necesitamos crisis para progresar?

Las crecientes discusiones sobre un retroceso o estancamiento en la UE, comparado a la unión mostrada durante la crisis de la COVID-19, abren el debate


Los principales líderes de Europa debaten en Bruselas si debemos gastar o no más en defensa; una señora se encuentra entre mantas en el metro de Berlín; miles de personas se manifiestan por toda España en protesta por el precio de la vivienda. Salta la duda: ¿realmente vivimos mejor que nuestros padres? ¿estamos realmente caminando hacia el progreso?

La UE discute el gasto en defensa. Fuente: RTVE
La UE discute el gasto en defensa. Fuente: RTVE

"En general, desarrollo, avance o cambio hacia adelante o hacia una situación comparativamente mejor que la actual.". Este es el único conjunto de palabras que genera consenso entre los distintos pensadores que han reflexionado sobre qué es exactamente el progreso. Además, la prestigiosa Stanford Encyclopedia concluye que no existe una concepción única. En la discusión, uno de los problemas que enfrentamos es que hablamos de una palabra interdisciplinaria, que suele entenderse de maneras muy distintas: viajar en avión y los derechos políticos de las mujeres son ambos ejemplos de progreso, pero en áreas muy diferentes.

Las visiones modernas sobre el progreso rechazan un modelo lineal y universal. En su lugar, adoptan un proceso complejo y adaptativo que evoluciona con nuestra comprensión creciente de la naturaleza humana y la sociedad: un viaje de aprendizaje y transformación continuos. Pero si no tenemos siquiera una concepción universal del punto al que aspiramos, ¿cómo identificar cuándo estamos evolucionando y cuándo entramos en un periodo regresivo?

Tras las guerras mundiales, muchos pensadores de la época vaticinaban que nos aproximábamos al fin de la historia, que nada iba a pasar después de eso y simplemente entraríamos en un periodo de paz perpetua y continua entre las naciones que si por algo se caracterizaría es por que nada relevante iba a ocurrir. Desde entonces, por nombrar unos cuantos sucesos, solo en la última década ha habido una pandemia, una guerra en Europa, diversos conflictos en Oriente Medio y un auge del terrorismo y las ideologías de extrema derecha. Que el mundo se mueve, así como que seguimos escribiendo historia, está fuera de toda duda.

Pero de nuevo, recuperamos el debate anterior: ¿Hacia dónde? ¿Estamos realmente en el camino de vivir mejor que hace un siglo? ¿Qué es exactamente "vivir mejor"? Hay quienes entenderán que la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, la llegada de Javier Milei a la presidencia de Argentina y el crecimiento de AfD en Alemania son sintómas de progreso, y otros dirán que son la prueba del periodo regresivo en el que nos encontramos.

Que dos visiones tan contradictorias de lo que se entiende por progresar coexistan en el mundo es quizás la prueba más feaciente de que hay casi tantas concepciones de progreso como ideologías existen, lo que dificulta sobremanera que lleguemos siquiera a la conclusión de si estamos o no mejor que hace unos años. Aunque las diferencias de lo que entendemos por progreso han existido siempre, parecería que hace un tiempo había un amplio consenso de que estabamos en ese camino: más democracias, menos pobreza, mayor desarrollo tecnológico. Ahora, al menos en dos de esos tres puntos, es complicado encontrar acuerdo.

Algunas de las figuras más controvertidas de la actualidad. Fuente: RTVE
Algunas de las figuras más controvertidas de la actualidad. Fuente: RTVE

Además, el progreso, independientemente de cómo lo entendamos, está estrechamente relacionado con otro concepto: crisis. A lo largo de la historia, los grandes avances de la humanidad han estado frecuentemente precedidos por momentos de profunda crisis. Revoluciones, guerras, colapsos económicos y pandemias han actuado como catalizadores del cambio, impulsando transformaciones sociales, políticas y tecnológicas que, en tiempos de estabilidad, habrían parecido imposibles o, al menos, mucho más lentas. Surge entonces una pregunta inquietante pero fundamental: ¿necesitamos las crisis para progresar?

Cuando una crisis irrumpe —ya sea económica, ambiental o sanitaria— obliga a repensar lo establecido y a buscar soluciones innovadoras. La Gran Depresión de 1929, por ejemplo, condujo a la creación del Estado del bienestar en muchas democracias occidentales. Más recientemente, la pandemia de COVID-19 aceleró la digitalización del trabajo y visibilizó la importancia de sistemas públicos de salud sólidos. Además, en el caso de la Unión Europea, conllevó un refuerzo de la identidad común como nunca antes se había visto. Ni siquiera la invasión de Ucrania ha podido crear semejante consenso de lo que significa ser europeo hoy en día. Parecería, entonces, que estamos avocados a vivir catástrofes para "salir mejores".

No obstante, esta visión tiene importantes críticas. Hemos visto también a lo largo de la historia que no todas las crisis conducen al progreso. Muchas terminan en destrucción, pérdida de derechos, autoritarismo o exclusión. La crisis de 2008, por ejemplo, si bien provocó reformas financieras en algunos países, dejó un legado de desigualdad, precarización laboral y desconfianza en las instituciones que aún sufrimos. La actual crisis climática, aunque ampliamente reconocida, no ha generado aún una transformación estructural suficiente para frenar el deterioro ambiental. Además, existe una objeción ética: ¿podemos justificar el sufrimiento humano en nombre del progreso? Si asumimos que solo a través del colapso se puede avanzar, corremos el riesgo de normalizar el dolor como parte del camino, en lugar de prevenirlo.

La UE se une para dar respuesta a la pandemia. Fuente: El Confidencial
La UE se une para dar respuesta a la pandemia. Fuente: El Confidencial

Si bien las crisis han sido históricamente momentos de transformación, no deben considerarse como condición necesaria para el progreso. Más bien, pueden ser vistas como oportunidades de aprendizaje forzoso que, bien gestionadas, pueden conducir a mejoras. Pero el ideal debería ser otro: construir una sociedad capaz de avanzar desde la reflexión, la cooperación y la previsión, sin tener que tocar fondo cada vez.

El verdadero desafío está sin duda en no romantizar la crisis sino preguntarnos por qué necesitamos llegar al límite para cambiar. Tal vez el progreso más profundo consista precisamente en superar esa lógica, y en aprender a crecer no solo desde el dolor, sino también desde la conciencia y la responsabilidad. Tal vez algún día lleguemos incluso a universalizar lo que entendemos por progreso.






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