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¡Qué viene la ultraderecha... por nuestra culpa!

A aquellos escandalizados y salvadores de la clase obrera que se echan las manos a la cabeza ante el auge de la formación de Santiago Abascal, conviene recordarles que quizás dicho crecimiento exponencial se deba a su mal hacer


Mazón y Sánchez. Fuente: El Correo

La teoría nos dice que quien gobierna en un sistema político democrático está más expuesto al desgaste entre los electores o, al menos, lo está en mayor medida que quien ocupa un lugar en la oposición. Sin embargo y sin intención de rebatir a ninguno de los gurús democráticos que tanto interés tienen por vaticinar el futuro en los platós de televisión en nuestro país, la experiencia en estos últimos años nos ha demostrado que se puede sufrir el mismo o mayor desgaste cuando a quien se le presupone el presuntamente útil ejercicio de la oposición hace, durante la legislatura, de todo menos una auténtica oposición.

Estoy seguro de que en "Génova, 13" saben de lo que hablamos aquí. Quizás nunca en democracia una oposición ha tenido tantas herramientas, escándalos, varapalos y motivos por parte del gobierno para ejercer precisamente la oposición como ahora. Jamás un gobierno había ofrecido tanta cantidad de excusas a los de en frente de tal forma que les permita, con ello, hacer un ejercicio político de oposición relativamente sencillo y justificado. A pesar de todo, el Partido Popular ha demostrado una incompetencia absoluta para saber interpretar los momentos políticos oportunos y las acciones a llevar a cabo, no ha tomado decisión alguna que le haya reportado un mínimo beneficio electoral, y no será porque no los ha habido.


Y claro, ya saben aquello de que el que no aprovecha las oportunidades termina lamentándolo. En esas, ha llegado el primer escándalo de la legislatura que ha salpicado a partes igual – o no tan iguales – a gobierno y a oposición. Valencia ha supuesto un revolcón del tablero político hasta el punto que ya vislumbramos una moción de censura en la comunidad impulsada por Compromís, moción que sabemos que no saldrá adelante ante la negativa de los de Abascal de votar a favor de una propuesta del nacionalismo valenciano.


Es evidente que la gestión de la tragedia ha hecho daño en Génova: un presidente autonómico, Mazón, que ha mostrado su manifiesta incompetencia y cuya imagen está siendo enormemente cuestionada por los valencianos, un líder nacional, Feijóo, en toda forma ausente e incapaz de dar explicaciones convincentes y de tomar las decisiones oportunas – sea una destitución o sea una muestra de apoyo incondicional a uno de sus pesos pesados dentro del partido cuando más en tela de juicio se encuentra – y un electorado enfadado con su propio partido. Sin entrar a valorar la concurrencia de culpas entre gobierno autonómico y central, lo cierto es que desde Moncloa se parece haber conseguido instalar entre el pueblo la percepción – quizás injusta – de que la mayoría de la responsabilidad de la catástrofe recae sobre Mazón y compañía.


Y claro, en una situación así, todavía hay quién mostraba una enorme sorpresa cuando el pasado domingo GAD3 publicaba una nueva encuesta electoral según la cual la izquierda se hundía, el Partido Popular se estancaba y los de Abascal conseguían un resultado histórico. «¿Cómo es posible que Vox sume 52 diputados?», se preguntaban algunos. Otros, demagogos a los que ya estamos acostumbrados, exclamaban aquello de «¡qué viene el fascismo!». Sea como fuere, la tragedia de Valencia, al único partido al que le ha reportado un resultado electoral aparentemente positivo, ha sido a Vox. Y que nadie entienda esto último como que un servidor esté diciendo aquí que a Vox le ha venido bien la DANA. Simplemente afirmo que los de Abascal han aumentado su intención de voto de manera considerable.


El hacer y el no hacer del Partido Popular en la situación vivida en Valencia ha despertado cierto descontento y desapego, se trata de un enfado del elector medio absolutamente justificado. Los de Feijóo se han mostrado, de nuevo, como lo que son: un partido sistémico más que mantiene, por mucho que salgan caras al atril caras jóvenes como Ayuso o Sémper, como parte activa y necesaria del sistema bipartidista. ¿Cuántas veces hemos visto esas prácticas de los dos partidos principales de este país consistentes en no adoptar ni una sola decisión política transcendental tras una gestión compleja o un escándalo?,¿cuántas dimisiones ha habido en Génova tras la DANA?


La tragedia de Valencia ha servido al elector medio para constatar que el Partido Popular, por mucho que pretenda vender desde hace un par de años una imagen renovada, moderna y chic que solo conecta con un votante de alto nivel adquisitivo – generalmente nacido entre 1946 y 1964 –, sigue siendo la ramera que el régimen del 78 necesita, idéntica a la que siempre ha sido. Estamos ante el mismo partido, con las mismas convicciones, esto es, ausencia de convicción alguna; y con unas prácticas inalteradas: cero destituciones, cero responsabilidades y cero transparencia.

Todavía en esas, los expertos de Génova no se explican como la formación a la que deben su gobierno en Valencia – entre otras comunidades – aumenta de forma exponencial su intención de voto. Los de Abascal han entendido a la perfección la situación actual, se presentan como alternativa a esa amalgama de opciones sistémicas cuyas políticas ya conoce el español medio más que de sobra mientras consigue también robar de forma notoria el voto de la clase trabajadora a una izquierda de espíritu anglosajón y vocación por abanderar causas que nacen con el único fin de reportar beneficios a un grupo de multinacionales. «¡Los obreros no nos votan porque no somos capaces de explicar bien nuestras políticas!», dicen los diputados de la «mayoría-social-progresista». No, quizás no os votan porque no entienden la incidencia que tienen las políticas verdes en su día a día. Mejor aún, no os votan porque, precisamente, ahora sí las entienden.


A aquellos escandalizados y salvadores de la clase obrera que se echan las manos a la cabeza ante el auge de la formación de Santiago Abascal, conviene recordarles que quizás dicho crecimiento exponencial se deba, en buena parte, a la línea política que lleva siguiendo la izquierda en este país desde hace demasiados años. Los que se presentan como solución a una supuesta ultraderecha son los que han propiciado el auge de esa extrema derecha. Esto es lo que se conoce en el ámbito jurídico como causa causae causa causati est. Y al principal partido de la oposición, al que se lleva esperando que ejerza algún tipo de acción contra el gobierno unas pocas legislaturas, quizás podríamos preguntarle qué hubiese votado en la próxima moción de censura que veremos en la Comunidad Valenciana si, como ocurre ahora con VOX, de ellos dependiese la destitución de un presidente autonómico adscrito a la formación de Abascal.


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