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El edén del turista

La función llega a su fin cuando los actores se inclinan como agradecimiento por la presencia del público; cuando se escuchan aplausos y silbidos; cuando finalmente cae el telón. Ha sido una obra entretenida y amena, los espectadores se encuentran satisfechos; sin embargo, ¿cómo se encuentran los actores en el backstage?

La Costa del Sol parece condenada a repetir una obra cuyo guion jamás escribieron quienes la habitan. Se han visto obligados a someterse a una sumisión por parte del turismo, que ejerce una fuerza mayor debido a su contribución económica para el país. Los informes recientes lo confirman: más de catorce millones de visitantes en un solo año, miles de millones en ingresos que se evaporan sin que la vida cotidiana de los residentes mejore en la misma proporción. El precio a pagar, por tanto, es mucho mayor que las ganancias que se llevan a casa. Aunque se le haya atribuido un nombre tan idílico como el de la «Costa del Sol», esta estrella luminosa no posibilita en múltiples ocasiones la autorrealización de aquellos a los que alumbra, como en la metáfora platónica. Solo ilumina una escena que, para los intérpretes, es cada vez más una distopía disfrazada de postal.

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Nuestras labores están en constante movimiento, no cesan. Muchas veces, no somos dignos de elegir nuestro propio destino, y por ello se nos amarra a uno; como puede ser el heredar un oficio. Esto constituye un encadenamiento cíclico. Se nos somete a una realidad ciega, sin esperanzas ni caminos alternativos para un empleo o una vida mejor. Aunque exista un camino, puede ser el no deseado, y una vez nos adentramos en él, podemos quedar sin fuerzas para desviarnos. Según estudios recientes que analizan el impacto turístico en Málaga, esta fatiga no es metafórica: la presión laboral, la estacionalidad y la precariedad estructural se han consolidado como el precio oculto del modelo turístico, que exige intensidad pero ofrece poca estabilidad.

Lo anticuado y vintage ya está obsoleto. Ahora hay que dar paso a que las nuevas generaciones de la Costa del Sol se luzcan ante el público, en las playas de San Pedro de Alcántara o en las de Cabopino, pero claro está, deben estar vestidos de camareros o camareras y trabajar hasta satisfacer a aquellos que ahora son responsables de que puedan llegar a fin de mes. Estar rodeados de personas pudientes nos hace creer que formamos parte de ese mundo, aquel que deseamos y anhelamos; nuestros ojos observan el entorno lleno de canapés, champán caro, trajes sofisticados y carácter refinado, mas cuando echamos la vista atrás, vemos que en aquel espejo colgado en la pared solo se puede apreciar a una simple mesera. Mientras tanto, los precios del alquiler suben, los barrios se turistifican, y los residentes son expulsados hacia la periferia. Las viviendas se transforman en habitaciones para veraneantes, no en hogares; pero seguimos sirviendo bandejas como si perteneciéramos al banquete.

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No obstante, la verdadera pregunta es: ¿nos encontramos en la ignorancia o hemos pasado a la fase del entendimiento? En primer lugar, la gente local se encuentra en un aprieto; les están arrebatando su hogar, deformándolo y amoldando al gusto del consumidor; el señor feudal se encuentra en un territorio ajeno al suyo, pues las grandes entidades autoritarias, en este caso, el gobierno, dejan el camino sin baches para que se asedien, pues generan una gran suma de beneficios y aumentan la popularidad en el extranjero. Los estudios recientes lo corroboran: las infraestructuras se saturan, el transporte público no da abasto, el espacio urbano se transforma para la mirada del visitante, no para las necesidades de quienes viven ahí. Los regionales entienden el problema: les parece injusto, les impide alcanzar sus fines alzando una barrera tras de sí; reivindican sus necesidades, si es necesario, reclaman ante el dueño de la empresa más adinerada (y seguramente bárbara). Puede que muchos caigan al precipicio mientras caminan en esta cuerda floja; unos se rendirán y otros acabarán sometiéndose a una eterna sumisión. Si se ha alcanzado la victoria, lo más seguro es que hayamos gastado hasta nuestros ahorros, causando destrozos, crisis o abandono de la limpieza, gracias a sus berrinches provocados de forma justificada.

«Estudia bien para poder encontrar un trabajo», dijo el padre pobre a su hijo en el libro Padre rico, padre pobre. Les hacen creer que algún día vivirán en una utopía si hacen las cosas correctamente; tienden a intentar ser mejores que sus progenitores, optando por una carrera o aprendiendo idiomas foráneos. Entonces, descubren que gracias a ello se convirtieron en conformistas, se vuelven personas infelices, en constante confrontación unas con otras. Les basta con que haya pequeños cambios en sus intervenciones y cotidianas interpretaciones. Así pues, solo debemos avanzar unos siglos para poder ver que aquellos trabajadores y trabajadoras de la Costa del Sol son la viva imagen de aquellos que creímos extintos y caducos. Inocente engañado, prisionero encerrado. Y mientras tanto, los datos institucionales nos recuerdan que el 18 % del empleo local depende de una industria cuyos beneficios no retornan equitativamente.

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Para finalizar, movamos las piezas del ajedrez, de tal forma solo quedará un ganador. No hay más que leer el manuscrito de Las hijas de la Costa del Sol para visualizar la falta de libertad de una realidad muy próxima. En la famosa obra de Zamiatin, Nosotros, nos muestra cómo existe una sociedad sumamente dichosa, pero tras las sombras resulta ser una gran mentira; al igual que la utópica vivencia que se da a los turistas, donde dicha experiencia es posible gracias a un esfuerzo sobrenatural de disgustos, mentes cansadas y pesadumbres. La inmoralidad llega a ser una pieza clave. Solo es gratis el queso de la ratonera, en la que caen continuamente los más ilusos, conmovidos por el grato olor de un delicioso manjar que nunca llegarán a probar; y si lo hacen, lamentarán sus actos.

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