El giro Quero
- Miguel Fernández-Baillo Santos

- 24 nov
- 5 Min. de lectura
Entre nostalgias del pasado y estrategias del presente, la nueva voz de Vox que incomoda a unos, entusiasma a otros y reabre debates que creíamos cerrados

Como quien dice, se acaban de cumplir – habrá quien lo celebre herido y habrá quien lo lamente bajo un manto de nostalgia – ochenta y nueve años del asesinato de José Antonio Primo de Rivera. En la madrugada del 20 de noviembre de 1936 fue fusilado, a manos de un pelotón de siete tiradores, la figura fundacional de Falange. Hoy, ochenta y nueve años después, para algunos José Antonio ha emergido de nuevo en el panorama político nacional, esta vez reencarnado en un joven parlamentario que no ha pasado desapercibido. Ningún político que hable del principal problema del español promedio – nos referimos a la vivienda, claro está – puede ni debe pasar desapercibido, sea cual sea su ideología. Es más, precisamente por eso: tenemos derecho a saber qué sostiene cada formación con respecto a este tema crucial
Carlos Quero es portavoz nacional de vivienda de Vox y recientemente nombrado portavoz adjunto de Vox en el Congreso, sustituyendo así a uno de los buques insignias de la formación de Abascal: Javier Ortega Smith. Claro, ya saben ustedes que cada vez que una ficha cambia dentro de un partido político, las alarmas de los críticos y los afines se dispara. Lo cierto es que el nombramiento de Quero como portavoz adjunto ha levantado ampollas dentro de las filas de Vox. Ha tardado poco el principal damnificado, Ortega Smith, en salir frente a los medios a mostrar su descontento: «No comprendo mi destitución», dijo hace escasos días.
Una crítica que ha sido recogida por numerosos periodistas con un inusual interés en hablar de Vox, no para explicar su discurso en vivienda sino para averiguar lo sucedido. ¿Qué pasa en Vox? Primero Olona, luego Espinosa de los Monteros, Steegman, Gallardo, Sánchez del Real y, ahora, Javier Ortega. ¿Cuál es el problema? Claro está, no se ha tardado nada en recuperar un fantasma ambivalente que ya ha vagado por la calle Bambú en anteriores ocasiones: por un lado, la supuesta inamovilidad de Abascal en su formación, esto es, nadie más que él sobrevive a largo plazo. En segundo término, el giro consumado en Vox hacia una derecha falangista, esa eterna pugna entre liberales y conservadores que, sin saber si ha existido, sabemos que no ha terminado.
Y aquí entra nuestro protagonista, este nuevo portavoz. Un nombramiento que se traduce para muchos como una auténtica victoria del ala radical de Vox – una más –. Ahora, nos dicen algunos, tenemos a un pequeño José Antonio hablando desde el atril del Congreso, el señor Quero. ¿Por qué? Pues porque nunca, desde la dictadura franquista, hemos visto a un político dentro de una formación calificada dentro del espectro político de la mal llamada derecha, hablando de vivienda pública o de distributismo – esto último no es más que Doctrina Social de la Iglesia –. ¿Cómo casa inmigración con distribución de la propiedad? Claro, colapsado y entonces... ¡Oh, peligro, que viene el falangismo!
Sin entrar a valorar el cambio de caras en la formación de Abascal, y desde el estricto análisis político, Vox ha asumido una estrategia en los últimos años que no sólo es perfectamente legítima, sino que además está dando un evidente resultado que, presumiblemente, se traducirá en más votos en las próximas elecciones. Abascal ha designado a tres perfiles jóvenes en tres de las principales áreas de relevancia dentro de la formación: Pepa Millán, José María Figaredo – bastante más próximo al liberalismo que al conservadurismo – y Carlos Quero, entendiendo así a la perfección la infrarrepresentación de las generaciones más jóvenes dentro del que, precisamente, es el órgano llamado a representar al pueblo español. ¿Resultado? Vox es el partido más votado entre los jóvenes.
En segundo lugar, Vox ha empezado a explorar vías políticas más allá del clásico liberalismo político a la española – si es que eso ha sido liberalismo alguna vez –. No podemos olvidar que esta ha sido la ideología predominante propia del cuerpo electoral comprendido entre 40 y 75 años – búmer – desde la transición. Y eso, queridos amigos, es lo que puede llevar a hablar a algunos de traición política, especialmente a ese sector poblacional que no está acostumbrado a que la alternativa política a la socialdemocracia no sean los pósteres de Margaret Thatcher, la inspiración espiritual de José María Aznar poniendo los pies en la mesa del despacho oval o la implacable resistencia política de Ayuso con camisetas en las que, con una tipografía la mar de hortera, pone aquello de «me gusta la fruta».
Sí, es evidente que a según quién le sienta mal que después de 47 años del nacimiento del Régimen del 78, una formación política se decida a explorar una alternativa desde el sector conservador diferente a lo que hasta ahora nos han permitido entrever con escaso éxito. ¿El resultado? Una leve transformación de las principales cabezas visibles dentro de la formación de Abascal que, como cualquier partido que sufre un crecimiento exponencial, partía en sus inicios de unas bases ideológicas más amplias y, ahora, decide legítimamente recorrer un camino más concreto que, por cierto, está llamando exponencialmente la atención de los medios y los electores, para bien o para mal – siendo esto último a veces igual de importante en política –.
Sea como fuere, la figura de Quero no ha de ser menospreciada – algunos ya avisamos de la necesidad de tenerlo en cuenta – ni vilipendiada, especialmente desde el espectro político opuesto. Para el que no se haya enterado a estas alturas, sí, Vox roba votos también en la izquierda. Resulta sorprendente ver cómo se dirigen a Quero ciertas figuras políticas que hasta ahora habían aglutinado la totalidad de la simpatía del votante joven – véase al señor Rufián. Es pasmoso observar cómo desde el atril se refieren al nuevo portavoz de Vox con la misma condescendencia infame con la que un búmer aleccionaría a cualquier joven por suscribirse a Netflix y pretender adquirir una vivienda. «Este chaval de Vox que habla de la España de toldos verdes», decía Rufián la semana pasada alertando del nuevo falangismo del «chaval de Vox».
Tomándole el testigo al portavoz de Esquerra y a ciertos periodistas empeñados en sacar a la palestra a José Antonio con intereses ciertamente espurios, no puede uno más que recordar, a propósito del tema que nos ocupa, los versos que él mismo recitó en el Teatro de la Comedia: «A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!». Ojo, ojo con los nuevas posiciones, las nuevas – o no tan nuevas y quizás solo infrautilizadas – promesas en forma de ideas conservadoras, que pueden animar a mucho votante joven y no tan joven, a decidirse por una alternativa que, hasta ahora, no había encontrado su sitio en nuestro país.




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