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El valor de las salas de cine

No hay danza sin cuerpo. ¿Acaso hay escultura sin cimientos? La pintura necesita de superficie para ser cuadro. Entonces, ¿la película es todavía película fuera de una sala de cine?


Es evidente que la manera en la que se consume el arte altera la percepción final de la obra. No es lo mismo contemplar un cuadro en un museo que verlo reproducido en la camiseta de la sobrina de tu vecino. Influye el espacio, pero también influyen muchos otros estímulos que nos rodean en el momento de apreciar la obra. ¿Nunca os habéis preguntado por qué las salas de cine son así, oscuras y sencillas? Es un lugar diseñado para invitar al espectador a encerrarse y comprometerse a permanecer atento ante un único estímulo: la proyección de la película. Es un espacio que nació de la necesidad de dejar por un tiempo de lado la realidad exterior, el trabajo, la casa, los problemas. Lugar sagrado para muchos, la sala de cine sirve para refugiarse de lo que ocurre fuera, pero también de lo que sucede dentro de nosotros. En esa oscuridad, los pensamientos dejan de agolparse en la cabeza de uno, que se permite por unas horas ser invadido por los problemas de otros.


El pequeño Salvatore disfrutando de una proyección en el Cinema Paradiso. Fuente: Media
El pequeño Salvatore disfrutando de una proyección en el Cinema Paradiso. Fuente: Media

En toda película hay un principio y un final, es aquello que ocurre entre medias lo que determinará la manera de actuar del espectador una vez terminada la proyección, a qué cosas decidirá poner fin y a cuáles dar comienzo. Esto quiere decir que toda película genera un cambio en el espectador, y que, en la mayoría de los casos, esa alteración emocional le moverá a pensar o actuar de una forma determinada. La persona que entra a la sala nunca es la misma que sale de ella.


Cuando vas al cine te estás comprometiendo de alguna manera con algo mucho más grande que la mera visualización del filme. Estás yendo más allá de la búsqueda del entretenimiento. Estás apostando tu tiempo casi a ciegas por admirar una pieza pulida por cientos de manos y traída hasta ti. En La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón, se incluye una reflexión sobre los libros que podríamos extrapolar a otro tipo de obras, como las películas: «Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él». Es así que cada persona que logra conectar con una película deja parte de ella en la sala y se lleva una nueva historia consigo, saboreándola en el camino de vuelta.


Ahora, ¿qué es lo que cambia cuando vemos una película en casa? La respuesta es simple, cambia todo. La sensación de inmersión no se puede comparar con la que ofrece una sala de cine, con una pantalla que recoge el formato original de la cinta y un sonido que atrapa. En casa, además, es mucho más complicado cumplir con ese compromiso de permanencia y atención constante. Es normal pausar para contestar una llamada, o dejar a mitad para continuar otro día. Esas pausas, de mayor o menor duración, ya alteran la percepción global de la película. No logras escapar por completo de las garras de tu propia historia, no consigues ceder tus pensamientos a unos personajes ajenos que quizá tengan las respuestas que tanto ansias encontrar.


El contenido se valora mucho menos porque lo tienes a tu completa disposición. Puedes ver la misma escena trece veces, acelerar la velocidad en las partes más lentas y cambiar el idioma a mitad. La obra pierde propósito y también significado. Además, en la sociedad en la que hoy existimos aparecen constantemente nuevos factores que disminuyen nuestra capacidad de atención.


Mucha gente se pregunta cómo es que todavía existen las salas de cine. Lo que antes eran espacios abarrotados, lugares de congregación en los pueblos y de peregrinación en las grandes ciudades, ahora son salas prácticamente vacías. Grandes instalaciones frías e impersonales. Palomitas en el suelo. La sociedad ha cambiado y las salas se han adaptado a ella. Ya no interesa el concepto de entregar tanto tiempo a una única actividad. La cultura ya no mueve a las masas de la misma manera. Ahora existen otras formas de entretenimiento que no conllevan salir de casa. Ahora tenemos mucho más tiempo libre que el trabajador de los años 40 que aprovechaba su única tarde de descanso para ir al cine, y, aun así, parecemos no saber aprovecharlo.


Pero siguen en pie, las salas perduran. Todavía queda algo mágico en ellas que atrapa a quienes saben valorarlas. Las filmotecas han experimentado una especie de resurgir. Lo clásico ha vuelto a verse atractivo. Son los cines comerciales los que hoy andan en la cuerda floja, luchando contra los estrenos inmediatos en plataformas digitales. Profesionales de la industria hacen constantes llamamientos a los espectadores para acudir a los estrenos en salas. Durante el Sundance Film Festival de 2025, el director Quentin Tarantino mantuvo un debate en el que puso en cuestión el concepto que hoy se tiene de las películas, pues el tiempo que permanecen en cartelera es muy limitado. Además, situó 2019 como «el último año para las películas».


Objetivamente, una película sigue siendo película al sacarla de la sala de cine. Sin embargo, de alguna manera ésta abandona el medio para el que fue creada, deja su hogar porque tú la requieres en el tuyo. La película se adapta a ti, forzada la obra una vez más a ser tratada como medio y no como fin en si misma. Valoremos las salas de cine como espacios para la cultura, el entretenimiento y la apreciación del séptimo arte en su máximo esplendor. Tratemos de salvarlas porque somos los únicos capaces de hacerlo. No permitamos que pasen a la historia. La cultura es poderosa mientras quede gente que apueste por ella.


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