La crisis del periodismo actual
- Aroa Oriza Rubio
- 8 abr
- 5 Min. de lectura
La baja profesionalización sumada a la mala imagen del periodismo en España han sumido a la profesión en una crisis

¿Cuáles son los referentes periodísticos de la actualidad? Debería ser una pregunta sencilla de responder, pero por desgracia, la profesión vive por uno de sus momentos más complicados. La baja profesionalización sumada a la mala imagen del periodismo en España han sumido a la profesión en una crisis.
En la Era de la Información y de la Digitalización, cualquiera puede acceder desde su teléfono móvil a noticias y artículos. Pero esta democratización de la información carece de valor, pues existe una sobrecarga de información evidente, por lo que las noticias son incapaces de transmitir algún conocimiento útil. La infoxicación produce efectos negativos, especialmente cuando la mayoría de las noticias que la conforman carecen de un interés que trascienda la inmediatez.
Los clickbaits
Los estímulos son la adicción de una sociedad cada vez con menos capacidad de retención. Esto afecta, en cierta manera, a los hábitos periodísticos actuales. Los periodistas de hoy en día viven cada vez más apegados al titular y al clickbait. Algunos, conscientes de que la gente no verifica las noticias o no lee la información entera, aprovechan para omitir algunos datos, o incluso, jugar con la información. Otros, obsesionados con el SEO y los clics, mienten o exageran con tal de aumentar las visitas.
Comparto un titular real de una noticia que ilustra lo mencionado anteriormente: Llega a Netflix la película que ganó 11 Oscars y obtuvo 2.000 millones en taquilla" ¿Los medios subestiman a los lectores? ¿Vale la pena crear una noticia extensa, omitiendo el título de una película más que conocida, Titanic (1997), solo para anunciar que está disponible en Netflix? La respuesta es: Sí.

El clickbait es el resultado de la transformación del cuarto poder hacia el morbo y el sensacionalismo. Si la sociedad lo demanda, los medios están dispuestos a proporcionarlo. Un estudio de la Universidad de Pensilvania encontró que las noticias que evocan emociones intensas, como la ira o la sorpresa, tienen una mayor probabilidad de ser compartidas en redes sociales. Además, la selección de temas por parte de los periodistas se ve afectada por las tendencias de búsqueda, las palabras clave populares y el potencial viral de los contenidos. Asimismo, el algoritmo juega un papel relevante. Los algoritmos influyen significativamente en la agenda de los medios, forzándolos a adoptar tendencias y temas de interés para la audiencia.
Cansados de los titulares sensacionalistas, algunos usuarios han lanzado una iniciativa para protestar y combatir los clics innecesarios hacia medios que emplean estas prácticas. Un ejemplo de ello es la cuenta de X, "Ahorrando Clickbaits" (@ahorrandoclick1).
Los divulgadores actuales
La poca profesionalidad está, por desgracia, normalizada entre los divulgadores de hoy en día. Los referentes periodísticos de antes se han sustituido por influencers. Cualquiera puede dar una información, pero no todos saben hacerlo. La desconfianza en los medios tradicionales impulsa a la población a confiar en freelancers percibidos como independientes de intereses políticos o económicos.
Estos creadores disfrutan de una credibilidad que les otorga libertad para manipular a su conveniencia. Esto ocurre debido a un efecto de retroalimentación: las personas de un grupo tienden a consumir únicamente noticias alineadas con su postura, esforzándose por creer en información que puede estar sacada de contexto, ser falsa o constituir desinformación. Cuando esto se generaliza, la sociedad tiende a aceptar como verdad lo que opina la mayoría. Este fenómeno, conocido como efecto bandwagon, genera una burbuja que nos aísla y de la que resulta complicado escapar.

En cuanto a los nuevos informadores, no solo se dedican a difundir información sesgada e incluso falsa, sino que también ignoran por completo cualquier código deontológico. En esta era del infoentretenimiento, donde la información se fusiona con el entretenimiento, muchos llevan su labor a extremos.
Un ejemplo es Alvise Pérez. Antes de convertirse en eurodiputado y de que estallara el escándalo con Criptospain, era considerado como el azote del poder político. Un hombre desinteresado que realizaba una labor periodística rigurosa, según él, publicando información que los medios convencionales no revelaban. Sin embargo, a lo largo de los años, ha sido condenado en varias ocasiones por vulnerar la intimidad de ministros y periodistas. Es el caso del exministro José Luis Ábalos, la periodista y presentadora, Ana Pastor y la hija del ministro Óscar Puente.

Esto no significa que todos los influencers desinformen, de hecho hay algunos muy buenos, pero muchos se aprovechan del desconocimiento generalizado y de la polarización para ganar interacciones y aprobación. Otros se benefician de su altavoz y su viralidad para atacar a personas, sean sus enemigos o no. Es el caso de Daniel Santomé, conocido en línea como Dalas Review, que ha utilizado su plataforma para difamar y acosar a individuos, incluyendo a su exsuegro. En enero de 2025, el Tribunal Supremo confirmó una sentencia que lo obliga a indemnizar con 12.000 euros al padre de su expareja, María Rubio (Miare), por insultos y uso no autorizado de su imagen en varios videos.
El problema radica menos en estas personas que en quienes las validan y legitiman, otorgándoles una autoridad cuestionable. La ética deontológica está en estos momentos en entredicho, y la credibilidad persistente de estas figuras, a pesar de la actuación de la justicia, agrava la situación. La responsabilidad, por tanto, no recae únicamente en los "Alvises" y los "Dalas" de turno, sino en el público que consume y comparte su contenido sin filtro. Esta falta de pensamiento crítico, alimentada por la comodidad de la información pre-digerida y alineada con nuestras propias creencias, es un caldo de cultivo para la desinformación y la polarización.
¿Hay esperanza para el periodismo?
La digitalización ha superado en ritmo a la adaptación de medios y periodismo, obligando incluso a periódicos de renombre a adoptar suscripciones de pago ante la caída de ventas. El acceso restringido a contenidos gratuitos lleva a muchos a informarse solo por titulares o fuentes no contrastadas en redes sociales. Ante esta situación, surge el debate sobre la financiación pública de los medios: ¿Comprometería la independencia de la prensa? ¿Agravaría la intervención estatal el problema a largo plazo?
La clave está en el consumidor. Si exigimos calidad y rigor, si premiamos el periodismo honesto y denunciamos el sensacionalismo, si cultivamos el pensamiento crítico y la capacidad de análisis, estaremos contribuyendo a crear un ecosistema informativo más sano y robusto. El futuro del periodismo no depende solo de los profesionales, sino también de la responsabilidad del público.
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