¿Puede alguien pagar por matar a un ser humano?
- Laura Taboada Guindel

- hace 7 días
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El caso de los safaris humanos en Bosnia durante la guerra de hace más de treinta años y su repercusión en la sociedad. ¿Quién no ha escuchado hablar de La purga?
Una ficción distópica en la que una noche al año se puede cometer cualquier clase de crimen, sin tener que responder ante la justicia. Esta serie cinematográfica llama la atención porque intenta responder a la pregunta ¿qué es capaz de hacer el ser humano una vez que no hay leyes?. La distancia que separa la fantasía de la realidad parece muy cómoda mientras el cine mantiene esa línea bien trazada. Sin embargo hay casos en los que puede llegar a desdibujarse. Es aquí cuando aparece otra pregunta la cual no debería salir del mundo de la ficción, ¿puede alguien pagar por matar a un ser humano?

En Bosnia, durante el asedio de Sarajevo, entre 1992 y 1996, la ciudad sufrió cuatro años de encierro con fuego de artillería, hambre y francotiradores. En este entorno es donde se sitúan las acusaciones de los llamados “safaris humanos”, la idea de que civiles extranjeros, supuestamente europeos, pagaron para disparar a civiles durante este encierro.
La idea en sí suena tan horrible, que para algunos puede resultar impensable. Sin embargo fue el documental Sarajevo Safari, estrenado en 2022, el que reunió varios testimonios de diversos testigos que aseguraban haber visto a extranjeros que no tenían ninguna pinta de ser soldados y que habrían disparado contra civiles, y además pagando por hacerlo. Estos testimonios hablan incluso de tarifas, de precios más altos según cuales fueran las víctimas, lo cual ya parece una exageración, demasiado surrealista como para ser real. Pero la cosa no se acaba ahí.
En Italia, varios periodistas siguieron investigando tras el documental, consiguieron nuevas declaraciones y se presentó una denuncia formal ante la Fiscalía de Milán. Así es que la posibilidad de que alguien pudiera haber convertido una ciudad que estaba sufriendo en un parque temático dejó de ser solo un rumor, y pasó a ser una hipótesis legal por verificar.
Porque, desgraciadamente, todos estos testimonios no sirven como una prueba material. Son relatos humanos, muy valiosos si, pero insuficientes para sostener una condena penal. Para convertir esas voces en hechos jurídicos harían falta documentos, registros de viaje detallados, transferencias de dinero verificables, órdenes militares… cualquier rastro físico que verifique la realidad de esos testimonios. Y ese tipo de evidencia es la más difícil de encontrar treinta años después de una guerra.
Las reacciones políticas tampoco es que hayan facilitado las cosas. En Sarajevo, organizaciones de víctimas y autoridades locales han pedido una investigación internacional seria, conscientes de que nadie ha podido o querido hablar sobre su historia. Sin embargo la República Srpska, dominada aún por nacionalistas, ha rechazado por completo la idea de que pudiera ocurrir todo esto. Aceptar la posibilidad de los safaris humanos supondría admitir aún más crímenes a los ya cometidos durante el asedio. Y ciertas estructuras políticas no están preparadas, o más bien no quieren aceptar esa nueva oleada de culpa, ni siquiera como hipótesis.

Y sin embargo, más allá de la parte judicial y la política, lo verdaderamente inquietante es la posibilidad de que haya gente capaz de convertir la muerte en un servicio, en una experiencia que se compra como quien paga por ir al zoo. En un mundo donde ya existe el “turismo de guerra” —personas que visitan países para fotografiar ruinas o participar en simulacros de combate—, la línea que separa la observación de la participación activa puede volverse peligrosamente delgada, dejándonos a pocos pasos de usar esa línea como una cuerda para saltar a la comba. A lo largo de la historia se ha demostrado que hay gente que disfruta matando. Está el claro ejemplo de la caza o la tauromaquia. Sin embargo, siempre hemos pensado que teníamos muy claro donde estaba el límite. No obstante ¿y si hay gente que se ha acercado tanto que ha llegado a traspasarlo completamente?
La clave de este problema ético está en recordar que la guerra no es un desafío físico, ni una actividad extrema, sino un acontecimiento, en su mayoría movido por ideas egoístas, en donde la vida humana se rebaja hasta límites que no deberían estar tan lejos.

Existe además un dilema que afecta directamente a la justicia: ¿qué hacemos con todo aquello que parece posible, que muchos testimonios apoyan, pero que no puede probarse con suficiente solidez para un tribunal? En los crímenes de guerra ocurre a menudo: se sabe lo que pasó, las víctimas y los supervivientes lo recuerdan; pero la falta de pruebas materiales impide que se pueda redactar una condena adecuada acorde a la situación. La verdad histórica y la legal no siempre coinciden, y esa brecha, sobre todo en casos como este, puede llegar a sentirse como un abismo.
Aun así, es imposible ignorar una última pregunta, ¿qué dice de nosotros que no nos resulte imposible creerlo? De normal, esta idea de los safaris humanos sería inmediatamente descartada como algo poco creíble. Pero en el mundo que vivimos, uno que ha visto genocidios, trafico de personas, esclavitud sexual y masacres cometidas a plena luz del día; la noticia de un “turista” que paga por matar a alguien ya no parece algo completamente impensable. Y esa aceptación, esa facilidad que hemos adquirido para aceptar estas cosas, también forma parte del problema. Al normalizarse como algo que pasa todo los días, hemos dejado de criticarlo como deberíamos. El caso de los safaris humanos es una herida que aún no sabemos si está abierta o si realmente existió. Pero su sola sombra proyecta una incomodidad que nos obliga a mirarla de frente. Porque, al final, más allá de toda la investigaciones y los procesos tribunales; queda una pregunta que nos devuelve a la película con la que empezábamos: si la ley desaparece, si la guerra lo justifica todo, si nadie mira… ¿cuántos son capaces de cruzar la línea? Y peor aún ¿cuántos pagarían por hacerlo?




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