¿Es verdaderamente la supervivencia del siglo XXI una realidad?
- Ariana Magnani Belova
- 30 oct 2024
- 2 Min. de lectura
El consenso de afirmar un malestar común es una aceptación social propia de la actualidad; ya no existe el estar conforme, no se halla una tranquilidad absoluta
Si hablamos de ciudadanía primermundista, encontramos infinidad de obstáculos que funcionan como excusas construidas por una población incapaz de levantarse del sofá perteneciente a su piso alquilado; por el que habrán pagado 600 euros por combinar con las paredes de su salón.
¿Realmente en qué invertimos todo aquel sueldo que más tarde tacharemos de insuficiente? Y no con ello vamos a desligar la culpabilidad gubernamental, pero tampoco la haremos responsable. El Estado continuamente busca beneficios propios, pero también lo hace el consumismo poblacional en términos capitalistas que, a su vez, es objetivo del deseo de poseer más y más riquezas.
Podemos hilar esto último con la obviedad de que no es solo un problema que afecte al individuo (aunque siempre se tiende a pensar que es el más perjudicado), sino que genera un daño común. La desconfianza del pueblo alimenta la polarización política, dividiéndose en lo que denominamos: la clase media y la clase alta. No incluyo la baja por el simple hecho de que esta, aun compartiendo la idea de: «no poder llegar a fin de mes» junto a la primera clase mencionada, no tienen ese afán de expresar su deseo por la inmoderada adquisición de bienes; sólo demandan necesidades básicas.
Si nos adentramos en conversaciones tanto de adultos como de jóvenes; trabajadores, universitarios, pensionistas, entre otros, escucharemos más de una vez: «La vida está demasiado cara», y cuando los observamos de arriba a abajo, vemos una buena vestimenta, accesorios y, en múltiples casos, alguna marca reconocida; la mayoría portarán las llaves del coche en su bolso, gran parte irá de vacaciones ese mismo verano y, aún así, no será suficiente. Es justamente por los caprichos diarios que se dan esa clase de impertinencias, siempre se quiere más en poco tiempo, y eso hace que, finalmente, no consigamos nada.
Nuestro cerebro es propenso a reflexionar sobre lo malo, las cosas difíciles, complejas; eso nos gusta. Por supuesto que omitiremos esta certeza volviendo a proponer alguna justificación de nuestro malestar, porque es más sencillo y gratificante obtener consuelo de ajenos por una desgracia que quizás la mayoría comparta. Evidentemente no vamos a maximizar el esfuerzo, porque preferimos tener tiempo para nosotros a corto plazo, en vez de guardarlo en una mochila y abrirla cuando se llene.
Podemos definir así que nuestra sociedad actual se mueve por la idea de convertirse en «rebeldes contra el sistema», unos supuestos revolucionarios que en vez de aplicar las herramientas que nos brinda el estado (en este caso, el español); como la posibilidad de conseguir un buen trabajo, el acceso a una educación digna, sistema sanitario público, una economía social de derecho y, ante todo, un estado de bienestar, prefiere deshonrar y humillar todo lo construido para, a su vez, utilizar todos los recursos que se les ha otorgado.

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