Eurovisión 2025: la política gana a la música
- María Martínez
- 3 jun
- 4 Min. de lectura
El pasado 17 de mayo, Basilea acogía la 69ª edición del famoso festival de Eurovisión. Si hubiera que resumir la edición de este año en pocas palabras sería poca calidad en las propuestas, poco sentido en las votaciones y una gran polémica que se ha llevado toda la atención de los focos: ¿Se tendría que haber permitido la participación a Israel dada la situación bélica que atraviesa?
Es inevitable comparar el caso que nos ocupa con lo que ocurrió cuando estalló el conflicto Rusia-Ucrania. Rusia fue excluida del festival de Eurovisión casi inmediatamente, así como de otros eventos internacionales. La UER justificó su decisión alegando que la televisión pública de Israel, al contrario que la rusa, no incumple las normas de reglamento interno. Esta ambigua respuesta no ha convencido a gran parte de los espectadores y de los países participantes, pues da la impresión de que a la UER le interesa blanquear unos regímenes más que otros.
Otro de los principales motivos para no vetar la participación de Israel es, como siempre, económico. Moroccanoil, la empresa israelí de cosméticos a base de aceite de argán, lleva desde 2019 siendo una de las principales patrocinadoras del festival. Así, el excluirlo podría suponer grandes dificultades para su celebración.

Si bien desde los mandos organizadores de Eurovisión siempre se ha destacado el carácter apolítico del festival, la realidad es que este ha estado históricamente ligado a la geopolítica. De hecho, surgió en 1956 precisamente como un intento de la Unión Europea de Radiodifusión de generar lazos entre los países europeos una vez acabadas las guerras mundiales. Por eso, aunque la UER tienda a hacer oídos sordos o centrar el foco en otras polémicas, la elección de los artistas, las canciones y el sentido del voto siempre están inevitablemente marcados por el momento político que vive cada país.
Este año la tensión se venía percibiendo desde el comienzo de la semana eurovisiva, siendo muchos los aficionados que acudieron a la alfombra turquesa con banderas palestinas. Más de 70 ex participantes de Eurovisión, entre ellos la española Blanca Paloma, firmaron un manifiesto en el que pedían la expulsión de Israel del festival. Y, a más alta escala, han sido 5 las televisiones públicas que pidieron abrir formalmente este debate. RTVE entre ellas.
Sin embargo, la UER sigue tirando balones fuera, alegando que es un tema complicado y que requiere tiempo para poder tratarse adecuadamente. De todas formas, parece que la UER está manteniendo un perfil bajo ante el anuncio de Israel sobre la privatización de su servicio público de tele y radio. Así, Israel inevitablemente quedaría fuera de Eurovisión y le ahorraría a la UER el tener que posicionarse oficialmente.
Aunque el reglamento es muy claro en la prohibición de hacer reivindicaciones políticas tanto durante la actuación como durante el resto de festival, lo cierto es que siempre hay algún mensaje velado. Lo hubo con Ucrania cuando terminó su actuación en 2022 al grito de “¡Salvad a Mariúpol!”. También se repitió en 2024, cuando varios países incluyeron en su maquillaje, en el desfile de banderas e incluso en sus actuaciones signos de apoyo a Palestina. También se cuestionó si la canción israelí Lluvia de Octubre hacía referencia a los atentados de Hamás el 7 de octubre.
Parece que la organización era muy consciente de la alta carga política que previsiblemente iba a marcar el festival este año, pues en un intento de paliar las tensiones se prohibió a los participantes llevar banderas que no fueran la de su país, se censuraron puestas en escenas, vestuarios y canciones por considerarlos demasiado explícitos y se limitaron las entrevistas por la prensa oficial para evitar que se los artistas se posicionasen sobre Israel.

Aun así, no se ha podido evitar que el representante belga o los comentaristas españoles hicieran referencia a las muertes que el ejército israelí estaba dejando en Gaza. Casualmente (o no) estos países no han salido bien parados en las clasificaciones de este año. Por no hablar de la inesperada y sospechosa acogida de Israel en el televoto, que durante unos incómodos minutos hicieron pensar que podría convertirse en ganador a pesar de, guerras aparte, llevar una propuesta bastante insulsa.
Parece que la televisión pública israelí se sintió intimidada por estos comentarios y denunció que se debería penalizar a los países que difundieron contenido político durante las semifinales. Ahora, esto resulta ciertamente hipócrita cuando Netanyahu lleva dos años haciendo exhaustivas campañas financiadas por organismos dependientes del gobierno, tanto dentro de Israel como en sus embajadas, para intentar alzarse con la victoria. Por supuesto, le ofende que el resto use el festival para reprochar las atrocidades que está cometiendo. Pero eso sí, él puede considerar sus cuestionables segundos puestos para alardear de contar con el respaldo de la ciudadanía europea.
Si Eurovisión es un día para la celebración exclusivamente de la música alejada de todos los contextos políticos y quieres ser parte de ello, no propongas una candidata superviviente del atentado del 7 de octubre. No presentes una canción que tenga referencias evidentes al conflicto. No hagas lo posible por amañar el sistema de voto de un certamen que debería de premiar el arte. No aproveches el horario del festival para bombardear un campo de refugiados en Gaza y dejar más de 150 muertos.
Porque Eurovisión es libertad, es diversidad, es unidad, es reivindicación. Y este año ha sido todo menos eso. Este año Eurovisión ha sido censura. Ha sido oscurantismo. Ha sido inseguridad. Ha sido tensión y ha sido falsedad. Se supone que Eurovisión está para alzar voces, no para silenciarlas. Resulta paradójico y bastante triste que una edición que proclamaba el lema “United by music” se haya acabado definiendo mejor con el odioso dicho “calladita estás más guapa”.
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