La rentabilidad política de Gaza
- Carlos de Francisco Cañón

- 10 nov
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El pasado mes conmemoramos el segundo aniversario del 7 de octubre de 2023. Dos años del comienzo de una guerra más en el largo conflicto que Oriente Próximo arrastra desde el siglo XX. Una más, digo, pero acaso la que más ha impactado en la opinión pública internacional, dada la inédita y extrema violencia tanto de los ataques de aquel 7 de octubre como de la respuesta israelí. El mundo ha contemplado cómo el enfrentamiento devino rápidamente en un asedio implacable, con bombardeos y ofensivas que han dado cada día de estos dos años imágenes y testimonios escalofriantes de sus efectos sobre la población civil de la franja de Gaza.
Año y medio antes de los ataques de Hamás había comenzado la invasión rusa de Ucrania. El inicio de la agresión rusa trajo una enorme conmoción para los observadores externos: se trataba del primer conflicto armado en suelo europeo en décadas. Sin embargo, la enorme ola inicial de ira contra el invasor y de solidaridad con el invadido que recorrió el continente entero terminó por calmarse, instalándose a partir de entonces una creciente indiferencia y hastío, dado el estancamiento de los frentes y el vacilante papel adoptado por la Unión Europea.
En este sentido, se aprecia una gran diferencia en la evolución de la opinión pública en ambos casos: han sido necesarios dos años de guerra en Gaza para que asistiéramos al momento de mayor movilización social y agitación política en torno a la causa palestina: las calles se han inundado de manifestantes y los partidos se han visto obligados a posicionarse: todo el debate público se ha visto condicionado por el futuro del pueblo palestino, desde la Asamblea General de las Naciones Unidas de septiembre hasta el festival de Eurovisión del próximo año.
España con Palestina
En España, la guerra ha supuesto un revulsivo en el panorama político. Por un lado, las izquierdas han encontrado un consenso más o menos amplio en el momento de mayor desunión entre ellas. Después de un verano desmoralizador, con el Gobierno de coalición en estado de sitio a causa de los escándalos de corrupción y la implosión del sector a la izquierda del PSOE en todas las encuestas, no es de extrañar que las fuerzas parlamentarias se aferren a esta bandera histórica del progresismo, dada la creciente rabia de la sociedad española ante lo que ya pocos dudan de calificar como un auténtico genocidio.

Y es que la de Palestina es una causa «fácil» de apoyar: tan solo la humanidad y la empatía bastan para solidarizarse con un pueblo que es exterminado ante los ojos impotentes de la comunidad internacional. Menos fácil es determinar qué puede hacer un país como el nuestro para detener esa injusticia, pero a corto plazo supone una inversión extremadamente rentable para estas fuerzas políticas, en vista de las serias dudas sobre su capacidad para dar respuesta al resto de problemas que afronta España. En este caso, basta con posicionarse para salir beneficiado, como hemos visto con la decisión de reconocer al Estado palestino o de apoyar el boicot a la vuelta ciclista. No cabe duda de que es injusto tachar de inútil la campaña diplomática para presionar a Israel, a la vista está cómo su aislamiento internacional tuvo un papel decisivo en la firma del alto el fuego auspiciado por Estados Unidos; pero es del mismo modo evidente que se trata de un esfuerzo relativamente sencillo de soportar para muchos gobiernos, al reforzarlos moralmente de cara a su población y ocultar posibles contradicciones. Nadie se pregunta, por ejemplo, a qué se debe este interés por conseguir para Palestina el derecho a la autodeterminación que este mismo Gobierno le niega al pueblo saharaui desde 2022.
Una trampa para las derechas
En el otro lado encontramos a los partidos de la oposición, para quienes la cuestión de Gaza ha supuesto un nuevo quebradero de cabeza. Apenas fue necesario que la izquierda se posicionara contra los palmarios abusos del ejército israelí para que las derechas, alentadas por sus emergentes referentes internacionales y por su férrea dinámica de oposición, se enrolaran en la misión suicida de defender lo que el tiempo ha demostrado ser completamente injustificable.
Así, en estos dos años hemos visto al líder de la tercera fuerza política entrevistarse con el primer ministro israelí, o a la presidenta de la Comunidad de Madrid asumiendo el discurso del Estado hebreo. Difícilmente podía resultar provechoso adoptar una posición tan contraria al sentir general de los españoles, y así el Partido Popular se ha visto obligado a ir modulando su postura, hasta llegar por fin a la condena más o menos contundente de los crímenes de guerra israelíes e incluso el apoyo al reconocimiento estatal de Palestina, no sin discrepancias internas entre los principales «barones».

No son tiempos fáciles para el PP, desde luego. Virajes en su discurso como este no hacen sino socavar aún más sus posibilidades de arrebatar el Gobierno a Pedro Sanchez con una mayoría fuerte. El debate en torno a Palestina ha revelado nuevamente a un partido atrapado entre las posiciones del PSOE, que ha tratado de capitalizar el movimiento de indignación social hablando claramente de genocidio, y de Vox, que nuevamente toma la iniciativa de oposición y ha optado por librar una nueva «batalla cultural» contra esta renovada concienciación sobre los derechos humanos y el respeto a las reglas internacionales. En el medio, un Partido Popular que no ha sabido jugar un papel propio, mientras se agrava la sangría de votos hacia su derecha con cada nuevo sondeo. La crisis existencial de la primera fuerza política del país continúa y no tiene visos de solucionarse en un futuro próximo.
Conclusiones
La Guerra de Gaza sirve hoy de catalizador de las dinámicas que se van instalando en el paisaje político español. Voces como genocidio, derechos humanos, terrorismo, islamismo o sionismo han irrumpido en los debates parlamentarios, en las columnas de opinión o en las pancartas de las manifestaciones en todo el país. La apropiación de los diferentes discursos en torno a la guerra por parte de los partidos políticos ha puesto al mayor drama humanitario de nuestro siglo al servicio de los intereses de cada formación, acentuando sus contradicciones y mostrando sus carencias como nunca antes. El actual Gobierno se esfuerza por explotar al máximo este resurgir de la movilización de las izquierdas, en previsión de lo que pueda suceder los próximos meses con la justicia o su agenda parlamentaria. La oposición, por su parte, enfrenta el final de 2025 más enfrentada que nunca, añadiendo más incertidumbre si cabe al futuro de nuestro país.




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