Los niños soldados: más de 200.000 infancias robadas
- Cristian Molinos Gracia

- hace 3 días
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UNICEF estima que hay cerca de 300.000 niños participando activamente en conflictos a lo largo de todo el mundo
Artículo 6.1 y 6.2 de la Conveción sobre los Derechos del Niño (1989). "Los Estados Partes reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida. Los Estados Partes garantizarán en la máxima medida posible la supervivencia y el desarrollo del niño."
Uno de los casos más grave que atenta directamente contra los derechos de los niños es el del reclutamiento forzoso de niños soldado, un acontecimiento terrible que aún sigue sucediendo en la actualidad; pese a que pocas veces se menciona en los medios, hecho que he comprobado de primera mano al intentar buscar información para este artículo.
Desde el momento en el que son secuestrados, los niños comienzan a ser llenados de falsas promesas por parte de los miembros de las milicias; como, por ejemplo, que, si están en el campamento, no serán golpeados ni asesinados; así, los consiguen mantener el tiempo suficiente para poder entrenarlos.
Tanto para evitar posibles rebeliones como para disminuir el impacto mental de las atrocidades que tienen lugar, se les administran diversos estupefacientes de manera sistemática. Además, se les convence de una presunta inmortalidad al regalarles amuletos que, se supone, les protegerán ante todos los peligros con los que se encuentren. De este modo, no es hasta que son liberados que se hacen conscientes de todas las veces que estuvieron cerca de la muerte.

Pese a todas esas supuestas garantías de que, si se mantienen fieles a la milicia, contarán con protección y privilegios; las condiciones en los campamentos son absolutamente precarias, como un reflejo de la coyuntura nacional. Como muestra de esto, impactan casos como el de Sierra Leona, donde antiguos niños soldado han declarado que los días en el que se asesinaba a los prisioneros, la comida estaba más sabrosa.
Una de las principales misiones que se les obliga a llevar a cabo es asaltar desde vehículos hasta campos de refugiados con el objetivo de conseguir comida y suministros. La manipulación es tal que muchas de las víctimas que han conseguido huir han afirmado que llegaron a sentirse orgullosos de lo que hacían, incluso cuando tenían que atacar a conocidos suyos. Esto se debe a que, en múltiples casos, a los seis meses de haber sido reclutados son enviados a sus aldeas a que asesinen a los hombres más importantes del poblado o a sus padres, si aún siguen vivos, puesto que la mayoría de los captados son huérfanos.
No obstante, sus funciones no solo recaen al campo de combate, sino que a menudo también se les obliga a trabajar como mensajeros, cocineros, espías y, en el peor de los casos, esclavos sexuales.
Esto último principalmente afecta a las niñas, quienes, además de ser reclutadas a la fuerza para luchar, en una gran mayoría de los casos también son obligadas a casarse con combatientes y a sufrir abusos inimaginables. Sin embargo, aunque pueda parecer una locura, el matrimonio es una de las mejores opciones; debido a que, en ese contexto, “al menos” los abusos solo provienen de una única persona. Por ejemplo, en Sierra Leona se estima que un 60% de las niñas soldado fueron convertidas en “bush wives” (esposas de la selva), suceso que también se ha documentado en Liberia o Angola.
A esta horrible situación es necesario añadir que, si la reintegración en la sociedad ya es de por si complicada para estos niños, en el caso de las niñas es todavía más compleja, puesto que, por lo previamente expuesto, la población las señala como seres sucios y manchados.

Aún a pesar de que en algunas ocasiones los menores se ofrecen como voluntarios para participar en las milicias, estos siguen siendo verdugos de la situación, ya que un niño que ha nacido entre disparos, cuya casa ha sido destruida y se ha convertido en un huérfano de la guerra; es inevitable que relacione la violencia con algo familiar e inculpable de que se refugie en lo conocido para sobrevivir. Tal como dice Julia Navarro en su obra Dispara, yo ya estoy muerto, “Hay momentos en la vida en los que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando.”
Cuando un niño, por ejemplo, español; se siente indefenso y amenazado, se resguarda en el cobijo de sus padres, en la comodidad de su habitación y en una confortable comida caliente. No obstante, ¿a dónde debería ir un niño sudanés cuyos padres han sido asesinados en una guerra sobre la que no tienen ningún tipo de control y su aldea ha sido reducida a cenizas?
Cabe aclarar, para evitar cualquier tipo de malentendido, que en ningún momento pretendo culpar a los niños occidentales de la actualidad por disfrutar de sus privilegios; puesto que así debería de ser la infancia, una etapa sin preocupaciones, donde nuestra única labor sea conocer el mundo en el que acabamos de aparecer.
Sin embargo, el único factor que define quién puede optar a estos beneficios es el azar, la suerte de haber nacido en un país determinado; por lo que no debemos olvidar que, lamentablemente, esta experiencia no es común para todos los seres humanos y, al ser variables incontrolables; no podemos permitir que niños, seres inocentes y exentos de cualquier culpa; se vean afectados por ellos.
Según Naciones Unidas, en la actualidad la lista de países en los que se tiene registro que se utilizan activamente a niños como soldados se extiende a 19 estados; Afganistán, Colombia, Costa de Marfil, Filipinas, Haití, Irak, Líbano, Mali, Nigeria, Myanmar, Pakistán, Siria, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Tailandia y Yemen.
En total, en todas estas naciones vive más de una octava parte de la población mundial, por tanto, la probabilidad de que hubiésemos nacido en uno de estos países es del 14,2%. Para entender con mayor facilidad lo alto que realmente es este porcentaje se puede comparar con las posibilidades de tener apendicitis, una enfermedad que puede suceder inesperadamente y sobre la que no tenemos ningún tipo de control, cuyas probabilidades son en torno a un 7% - 10 %, a pesar de que la gran mayoría conocemos como mínimo a una persona que ha sufrido esta inflamación.

En conclusión, no podemos olvidar que esta es una realidad que aún sigue presente en el mundo a día de hoy y que el silencio es una de las respuestas más ruidosas. La indiferencia ante estas tesituras también implica posicionarse, ya que permite perpetuar las atrocidades sin que existan consecuencias.
No se puede permitir que los únicos que tengan secuelas reales sean los niños afectados por estos conflictos, los cuales, a causa de estos, acaban desarrollando enfermedades mentales que los acompañarán una gran parte de su vida, si no toda. Esto se debe a que, no solo se ven perjudicados por guerras que les ha tocado vivir, sin poder decidir o hacer nada al respecto; es que a esta terrible coyuntura hay que sumarle que son forzados a participar activamente en luchas en las que no tienen nada que ver, que jamás serán suyas.
Por todo esto, es necesario que se dé voz a este tipo de situaciones, debido a que los niños, no es que solo sean inocentes, sino que además hay que añadir que apenas conocen cómo funciona el mundo; por lo que no tienen la capacidad para pensar soluciones ante estos problemas que, aunque no hayan sido causados por ellos, por su culpa tienen que sufrir que se les robe su infancia, su presente y la oportunidad de un futuro mejor.




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