Ser potencia ya no es lo que era: ¿el fin de la globalización?
- Uxía Blanco

- 6 nov
- 4 Min. de lectura
La globalización, símbolo de progreso y apertura, atraviesa una profunda crisis de legitimidad. Frente a un mundo interconectado, resurgen con fuerza los discursos nacionalistas y proteccionistas que prometen recuperar una soberanía ya imposible. Entre la desconfianza hacia el multilateralismo, la guerra comercial y el auge de la extrema derecha, el planeta se adentra en una nueva era: la de la posglobalización
La globalización es el proceso histórico, económico, político, social, tecnológico y cultural que se basa en la interconexión de los países del mundo. En otras palabras, las fronteras entre los Estados se difuminan por lo que los bienes, servicios, capitales o personas circulan con mayor facilidad por el globo.

Durante décadas, se presentó la globalización como un proceso inevitable de integración mundial que era capaz de traer prosperidad, paz y desarrollo. Sin embargo, el escenario actual muestra el auge de los discursos nacionalistas y proteccionistas, así como un retroceso en la cooperación internacional.
Las pandemias, el cambio climático, las crisis migratorias o los ciberataques han demostrado que ningún Estado puede sobrevivir en solitario. Sin embargo, la política internacional se ha llenado de líderes que hacen bandera del repliegue nacionalista, como el caso del estadounidense Donald Trump, quien ha dejado de asumir el papel de protector del sistema multilateral.
La extrema derecha y el espejismo del nacionalismo
Con el auge de la extrema derecha, los nacionalismos, la xenofobia (odio hacia los extranjeros) y los discursos que culpan a los migrantes, han resurgido con fuerza. Estos movimientos políticos se engañan a sí mismos y a sus electores al negar la globalización y las interdependencias. En un mundo hiperconectado, pretender levantar muros y recuperar una soberanía absoluta es poco más que una ilusión.

Tras cuatro décadas de integración económica, la globalización no desaparecerá, aunque sí está adoptando nuevas formas con la revolución digital, la inteligencia artificial y la reorganización de las cadenas de valor. Algunos analistas hablan ya de una etapa de “posglobalización”: un sistema mundial menos integrado, más fragmentado, donde la cooperación y las reglas universales pierden fuerza frente a los acuerdos bilaterales o regionales.

Estados Unidos: del liderazgo global al nacionalismo económico
El ejemplo más claro de este giro lo encarna Estados Unidos bajo el mandato de Donald Trump. La política del America First se tradujo en la preferencia por acuerdos bilaterales antes que por negociaciones multilaterales.
Washington impuso aranceles al acero, al aluminio y a productos como electrodomésticos bajo el argumento de la seguridad nacional. Estas medidas, para supuestamente favorecer a la industria nacional, no solo dañaron la imagen internacional de Estados Unidos, sino que dieron inicio a una guerra comercial, aún presente.
El vacío que dejó Estados Unidos fue ocupado por países como Rusia, Japón o China. Este último busca proyectar su influencia hacia Eurasia, el Pacífico y América Latina mediante inversiones masivas en infraestructuras.
El Brexit: ¿el fin del sueño europeo?
La Unión Europea, concebida como un proyecto de cooperación y multilateralismo, atravesó uno de sus momentos más frágiles tras el Brexit. Tras la salida de Reino Unido, el liderazgo del bloque recayó principalmente en el eje franco-alemán: Angela Merkel y Emmanuel Macron. En la práctica, la ausencia de gobiernos sólidos y el auge de la extrema derecha (Hungría, Italia o Polonia) hace que cada vez la Unión tenga más dificultades para preservar su identidad y sus valores fundacionales (defensa de la democracia y de los derechos humanos).

La erosión del multilateralismo
Las grandes cumbres internacionales, como las dedicadas al cambio climático o al desarrollo sostenible, han sido boicoteadas o debilitadas por líderes que anteponen sus intereses nacionales. La Agenda 2030, que aspiraba a articular un consenso global en torno a la sostenibilidad, ha quedado relegada frente a políticas cortoplacistas.
El repliegue nacionalista también se refleja en la política migratoria. Muros, controles fronterizos y discursos que criminalizan a los migrantes se han convertido en las señas de identidad de los partidos de extrema derecha.
La globalización no ha terminado, pero sí está cambiando de forma. La revolución digital, la inteligencia artificial y la automatización están transformando la economía mundial, creando nuevas oportunidades, pero también nuevos riesgos de exclusión.
La crisis de la globalización refleja tanto límites estructurales como fallos políticos. Los desafíos sociales y ecológicos de nuestro tiempo —el cambio climático, las migraciones, la desigualdad— exigen más cooperación y gobernanza inclusiva, no menos. Los nacionalismos prometen recuperar soberanía, pero en la práctica los Estados son cada vez más interdependientes. La posglobalización no significa el fin de la integración mundial, sino su transformación. La gran cuestión es si esa transformación se hará de manera coordinada y justa, o si se impondrá la fragmentación impulsada por el nacionalismo y la xenofobia.
El futuro de la globalización dependerá de la capacidad de las sociedades para reconstruir un multilateralismo eficaz y más cercano a los ciudadanos. Lo que está en juego no es solo el destino del comercio internacional, sino el tipo de mundo en el que queremos vivir: uno basado en la cooperación y la solidaridad, o uno marcado por el miedo, la desconfianza y la confrontación permanente.




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