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Tauromaquia pública

Del rugido del Coliseo al aplauso del plató, los escenarios cambian, pero el espectáculo persiste. En el siglo II, la multitud enloquecía ante la sangre derramada sobre la arena. En 2025, el dolor se viste de tradición y se llama “arte”. Y en la televisión pública, el debate sobre si la tortura puede considerarse cultura se reabre una y otra vez, como una herida que el tiempo se niega a cerrar.

Estamos en el siglo II en un anfiteatro romano sentados en lo alto de las gradas. Va a empezar el espectáculo: una venatio. Es la primera vez que vamos a ver un toro, estamos expectantes. Todo el mundo está hablando. Nosotros mismos mantenemos una conversación con el hombre que tenemos al lado. Se oye un gran estrépito. Dejamos de hablar. Enfocamos la vista en la arena. Sigue vacía. Pero hemos escuchado ese ruido. Todos lo han escuchado. Una bestia sale disparada al centro del anfiteatro. Todos bullen ante la escena. Aparece el venator. Lanza en mano comienza a jugar con el animal, el movimiento lo altera. Ataca. El venator lo esquiva, le clava la lanza y la retira. Manchas rojas prenden la arena. Otra vez ese terrible sonido. No podemos apartar la mirada. Los cuernos de la bestia se vuelven inútiles ante la rapidez de su oponente. La lanza le atraviesa. El tiempo se detiene mientras la lucha se torna más violenta. El toro cae tras una última embestida. Vitoreamos y aplaudimos al venator. La sangre ha teñido el escenario. Estamos excitados.

Medallón en la que un hombre lucha contra un animal. Fuente: Wikipedia
Medallón en la que un hombre lucha contra un animal. Fuente: Wikipedia

Estamos en una plaza de toros en 2025. Estamos ciertamente desorientados, nos cuesta levantar la cabeza. Nos han clavado algo en el lomo. Estamos cansados. Hay un hombre que agita una tela en frente de nosotros. Movernos implica sentir nuestra piel abrirse, desgarrarse. Tambaleamos, los ojos nos pesan. El ruido se magnifica. Un destello metálico nos atraviesa el corazón.

Por último, estamos entre el público de un late night de RTVE. No sé cuánto tiempo llevamos queriendo venir aquí. Vemos el programa en casa y siempre nos reímos. Ha recibido numerosas críticas por una supuesta ideología izquierdista, pero a nosotros solo nos ayuda a desconectar. La invitada es una presentadora de televisión. Ni siquiera se sienta. Se mantiene de pie mientras ella y el entrevistador dialogan sobre el condicionamiento del gobierno en la línea editorial de las cadenas públicas a raíz de las mismas críticas que recibe el programa.

Mariló Montero y Broncano en La Revuelta. Fuente: RTVE
Mariló Montero y Broncano en La Revuelta. Fuente: RTVE

La presentadora comparte algunas de estas críticas. No por el programa en cuestión. De hecho, repite en alguna ocasión lo encantada que está de haber ido. Cuestiona que todos los programas de la cadena tengan ese tinte ideológico. Defiende que al ser una cadena pública deberían coexistir todo tipo de creencias para así poder representar a toda la ciudadanía del país. En algún punto de la entrevista se plantea qué es ser de izquierdas. Un miembro del público puntualiza, para defender al programa, que allí no hay un adoctrinamiento izquierdista, sino que se comentan cosas básicas y fundamentales en las que todos deberíamos estar a favor, por una cuestión de bienestar social, aunque, por lo que sea, se suelen relacionar más con los partidos progresistas, como que en Palestina se está cometiendo un genocidio, que la vivienda es totalmente inaccesible y hay que regularla, que hay que invertir más en sanidad, etc.

Ambos comienzan a entenderse, defienden que el gobierno no debería condicionar la televisión pública, aunque, efectivamente, lo haga, tanto en este gobierno socialista como en otros del partido popular, puntualizan. Pero la presentadora, de repente, añade que hay que retransmitir todo tipo de programas y eventos culturales, incluyendo los toros.

Aquí comienza su defensa sobre la tauromaquía. El debate da un giro inesperado y se desplaza a si los toros son arte, cultura, o no. El entrevistador defiende que es un maltrato animal. La presentadora se empeña en que no, que es arte. Es parte de la cultura española, hay muchas personas a las que les gusta, por lo que deberían retransmitirse en la cadena pública con tal de representar a dichos ciudadanos.

No obstante, aunque no sea el caso de RTVE en la actualidad, pues sí se han llegado a proyectar en la televisión pública estatal corridas de toros, hay otras cadenas públicas, como Canal Sur, Telemadrid o, recientemente, À Punt, que sí cubren estos eventos taurinos.

De hecho, a raíz de esto, en À Punt ya ha habido dos periodistas que han recurrido a la cláusula de conciencia para dejar la cadena. Una de ellas, Elena Tamarit, ofreció una entrevista al diario VilaWeb en la que defendía que «no tiene que haber tortura animal en los medios de comunicación, especialmente en los de carácter público». Además, señalaba que, a pesar de lo que diga la cadena, la programación taurina ha sido muy criticada por los espectadores, que se sienten decepcionados.

Asimismo, es indiscutible que para muchas personas la tauromaquía es todo un arte. Y es aquí donde se puede encontrar un debate enfocado en la tradición y el sufrimiento ajeno. Por supuesto, los taurinos reconocerán los toros como una parte esencial de la cultura y los antitaurinos como una atrocidad. Sin embargo, hay algo que ninguna de las dos partes debe negar, aunque nuestra presentadora de televisión lo haga, y es que la tauromaquía es un maltrato animal en toda regla. Ya no solo porque la finalidad del espectáculo es matar al animal, sino porque se le somete a un estrés y dolor prolongado de forma innecesaria. Al toro se le coloca una puya en el morrillo que reduce su capacidad de movimiento, se le clavan  unas banderillas que hacen que cuanto más se mueva más se desgarren sus músculos y, finalmente, se le clava una espada con tal de matarlo. De normal la lidia dura veinte minutos, por lo que son veinte minutos en los que el animal sufre diferentes hemorragias, así como deshidratación debido a la contínua pérdida de sangre. Esto, aunque te gusten los toros, es una completa tortura. Y negarlo, en realidad, solo hace que se pierda credibilidad y que el debate no tenga ningún sentido.

Toro muerto. Fotografía tomada por Aitor Gaimendia. Fuente: El Salto
Toro muerto. Fotografía tomada por Aitor Gaimendia. Fuente: El Salto

Ahora bien, una vez entendido y aceptado que en la tauromaquía hay un claro y evidente maltrato animal, ¿el debate de si debería retransmitirse en las televisiones públicas sigue siendo lícito? Sigamos en la línea de que la tauromaquía forma parte de la cultura y, por ende, debe tener cabida en estas cadenas, ¿toda la cultura es válida? Porque si implica el sufrimiento de un ser vivo, sintiente, entonces no lo es. Por tanto, un bien público, como son las RTV públicas, no deberían ser partícipes de ello.

Son pocos los países que permiten la tauromaquía. De hecho, en España está prohibida en Canarias desde 1991. Conforme transcurre el tiempo esta práctica va perdiendo adeptos y ganando detractores y seguirá haciéndolo en un futuro, pues ya en el primer cuarto de este siglo no debería tener lugar. Así pues, si alguien quiere ver los toros, que recurra a los infinitos vídeos que existen en Internet, a las cadenas privadas que decidan retransmitirlos o a verlos en directo, pero que se alejen de las televisiones estatal y autonómicas.

A pesar de todo esto, si los taurinos siguen considerando que es un arte, entendible por todos los trajes y literatura que hay alrededor, pero inconcebible por todo el sufrimiento al que se expone al toro y, si con eso no bastara, todas las personas que han muerto a raíz de estos espectáculos, es una cuestión suya. No conseguirán hacernos cambiar de opinión, por mucho que quieran debatir el asunto. Y, por supuesto, no conseguirán que sea aceptable que se retransmitan y publiciten en televisiones públicas, aunque, lamentablemente, algunas pequen de ello.

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