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“Una Vuelta” al concepto de protesta

¿Qué protesta es lícita y cuál consideramos violencia política?


El mero acto de alzar la voz, ocupar las calles o delimitar la actividad productiva, ha constituido tradicionalmente una revolución, de calado actualmente constitucional. Un derecho fundamental al manifiesto que, hasta cierto punto, supone una invitación a la ruptura del contrato hobbesiano social. ¿Pero, que protesta es lícita, y cuál consideramos violencia política?

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Las fotos de la protesta propalestina que ha suspendido la última etapa de la Vuelta a España / EFE

Un cambio de planes

A 56 kilómetros de la oficial línea de meta que marcaba el final de uno de los eventos deportivos de mayor importancia de la temporada, el imponente Paseo del Prado era testigo de la confluencia entre deporte y política. Competitividad y aclamo. Silencio y escándalo. Manifestantes propalestinos dibujaban el surco de una línea de meta improvisada ante una de las pinacotecas más prominentes del país. La escena configuraba todo un grito mediático sobre ruedas. Sin embargo, el alboroto causado por el freno del pelotón no quedaba en un incidente entre las calles del centro de Madrid. De manera casi instantánea, la polémica viajaba hasta las pantallas, la televisión, el parlamento, y el ardiente debate público. Los reproches de diferente color político se encargaban de manchar y señalar posibles culpables del altercado.

Entre estos, destacaban las palabras del propio alcalde de la ciudad, el señor Almeida, que señalaba que: "Hoy la violencia ha vencido al deporte. Es uno de los días más difíciles desde que soy alcalde. Hoy Madrid se ha desbordado de violencia. Hago directo responsable al presidente del Gobierno por su discurso de aliento a los manifestantes de esta mañana". Almeida tildaba las manifestaciones relativas a la cuestión de la guerra israelí-palestina, como una ocasión en la que “la violencia había vencido al deporte”. Planteaba una dicotomía bélica en la que unas protestas acababan metidas dentro del saco del concepto de violencia. Una violencia que, consecuentemente, tenemos que entender como “política”, por la propia naturaleza de la protesta. ¿Pero, es la violencia un medio para la protesta?

Las tonalidades de la violencia

Malesevic, catedrático de sociología en el prestigioso University College en Irlanda, define el concepto de violencia en sus obras como “el proceso social escalar que implica acciones intencionadas y no intencionadas, que generan cambios de comportamiento impuestos de forma coercitiva y que provocan lesiones físicas, mentales, emocionales, o la propia muerte.”

La intencionalidad del boicot a la vuelta ciclista es materia aparte a ser juzgada. La cuestión principal es si dicha intencionalidad es definitiva en la clasificación de la misma como un altercado violento políticamente hablando. Y más allá de todo esto, se nos plantea el interrogante de si el empleo de esta violencia está moralmente o no justificado en base a su causa y en qué circunstancias. Si es así en este caso ¿Precede el fin a los medios? ¿Se puede justificar la violencia en aras de violencia? ¿En qué reside la legitimidad de la protesta: en sus formas o contenidos?

El pasado domingo 14 de septiembre asistimos a la lucha a gritos de un pueblo en defensa de otro. Al aprovechamiento del escenario público para demandar responsabilidades a quienes dan la espalda a un pueblo y sus derechos más humanos. Una demanda ante una paternalista Sociedad Internacional inefectiva y ausente, que deja sangrar a sus hijos no reconocidos. Una protesta que recordaba a algunos altercados análogos sucedidos a lo largo de la historia del Tour de France, donde la carrera se ha visto detenida un par de ocasiones a lo largo de su trayectoria en base a demandas político-sociales.

A posteriori, algunos dirigentes y figuras públicas afirmaban que, “no se puede mezclar deporte con política”. Para ser dos materiales aparentemente inmiscibles, han demostrado poder entremezclarse bastante bien. La política se alzaba ante la participación de Israel-Premier Tech en la carrera. Los manifestantes propalestinos elegían de manera exquisita un emplazamiento mediático para su proclama, ya en varias etapas de la 80 edición de La Vuelta. Sin embargo, la violencia sobrepasaba a la política dejando en escena 22 heridos (fuerzas policiales) y 2 detenidos.

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Manifestantes propalestinos cortan el recorrido de los ciclistas en el Paseo del Prado, este domingo, durante la última etapa de la Vuelta a España que se disputa entre las localidades madrileñas de Alalpardo y Madrid, con un recorrido 103,6 Km.- EFE/ Daniel González

La reclama por el respeto a los derechos humanos en un escaparate mediático de importancia, acababa por dinamitar el cristal del debate público de manera polémica. La violencia eclipsaba la legitimidad del aclamo, y se convertía en diana para una polarizada conversación pública. Los hechos mutaban para convertirse en arma arrojadiza para unos, instrumento de discursos políticos para otros. Carrera de fondo en el contrarreloj mediático El oportunismo político salía a escena contoneando sus caderas entre la izquierda y la derecha. Entre un gobierno que presumía alardearse de estos comportamientos, una oposición que mostraba su rechazo y hasta en un extremo posaba con Israel-Tech con buena cara, y una dirigencia de la Vuelta a España que condenaba y lamentaba no haber poder procedido a la coronación en condiciones normales de su ganador.

Condena a la que se sumaban otras voces mediáticas de importancia, como el ciclista y comentarista Perico, trabajador de RTVE, así como otros muchos de la profesión. La protesta quedó “fuera” del marco constitucional, y la interrupción de La Vuelta dentro del debate sobre la propia legalidad de los hechos. El propio director del evento Javier Guillén, ya en declaraciones otorgadas el 9 de septiembre ante el diario AS señalaba la inadmisibilidad penada de dichos comportamientos, ya acontecidos de manera similar en etapas anteriores (etapas nº 19, 20 y 21 entre otras).

Estas disposiciones se encuentran recogidas en el propio Código Penal y la Ley del Deporte. En definitiva, lo cierto es que la etapa final de La Vuelta resultó la bala perdida a una proclama lícita cuyos medios se tornaron ilícitos. Quizá una batalla perdida en la técnica de su ejecución, pero que algunos han considerado ganada en materia de impacto mediático. La violencia queda atestiguada como culpable de la controversia.

Sin embargo, tampoco se puede intentar despolitizar una sociedad cuya mera interacción humana es política, ni politizar instrumentalmente para generar bandos discursivos, porque quizá esto último, también es violencia. Quizá los manifestantes propalestinos deberían pedir explicaciones en Suiza, ante la sede de la Unión Ciclista Internacional, organismo que ha dejado total libertad e impunidad al equipo israelí para pedalear a sus anchas por toda Europa en lo que llevamos de temporada. Igual es el momento también para la Real Federación Española de Ciclismo de levantar su voz, a pesar de las trabas y ataduras que puedan encontrar en el entramado internacional, mucho antes de tener que oír gritos en el propio patio nacional.

Sin embargo, quizás no cabe increpar a ninguno de estos actores individuales, sino alentar a la cooperación e implicación de la sociedad internacional en la imposición de sanciones a Israel. ¿No será que ha ganado el hastío general a la compleja cooperación internacional?. Fuera de las grandes retóricas críticas, nos preguntamos. ¿Entonces, quién llegó al podio; la violencia, la política, o el discurso..? Pues en realidad, el danés Vingegaard.

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