Vox y PP, ¿juntos o revueltos?
- Miguel Fernández-Baillo Santos
- hace 2 días
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Del consenso por el consenso a la ruptura ideológica

La coexistencia pacífica dentro de ese espectro político al que – de forma ciertamente obsoleta – seguimos definiendo como la derecha, ha pasado por sus más y sus menos desde la irrupción de Vox en el panorama político nacional. Para algunos, Las Derechas, como si de un ente demoniaco se tratase; para otros, un contubernio de fascistas que amenazan la supervivencia de los trabajadores; una derechita cobarde y una derecha valiente, unos acomplejados y unos ultraderechistas, liberales, conservadores, reaccionarios, socialistas encubiertos, nazis con careta. ¡Oh, sorpresa! Etiquetas por doquier en la época del encasillamiento, nada de lo que preocuparse.
Parece, eso sí, que la convivencia entre los de Génova y la formación de Abascal pasa, en cierta medida, por un momento clave. Tanto es así que en los últimos días se han levantado ampollas tras unas declaraciones de uno de los que fuera fundadores de Vox, el señor Ortega Smith. Las salidas hirientes de pesos pesados desde la formación verde han venido siendo habituales: Macarena Olona, Juan García-Gallardo o Iván Espinosa de los Monteros, entre otros. Precisamente, este último presentaba, hace unos días en Madrid, su nuevo ThinkTank, «Atenea», destinado a dar soluciones a los problemas actuales de España desde la sociedad civil, soluciones que serán ofrecidas – decían los allí reunidos – a aquellos partidos llamados a gobernar tras una supuesta venidera derrota electoral del actual ejecutivo.
Lo de las derrotas electorales previsibles y futuras ya nos lo conocemos, si no que le pregunten a Feijóo qué tal durmió la noche del 23J después de dar por ganadas las elecciones durante los tres meses inmediatamente anteriores a los comicios, con la complicidad activa, eso sí, de encuestadoras como Sigma Dos y compañía. Y lo de los ThinkTanks pues, en realidad, tampoco nos pilla por sorpresa. Nada nuevo bajo el Sol, otra plataforma más que nace a la derecha y que viene a eso de «aportar ideas para cuando nos toque gobernar».
Sobre esto último, aquello de «cuando nos toque gobernar», se despliega la reciente polémica. Espinosa de Los Monteros vino a decir en la presentación al mundo de su nuevo proyecto que PP y Vox estaban llamados a entenderse, por lo tanto, habría que intentar hacer ese entendimiento y convivencia de la forma más pacífica y sana posible. El testigo lo recogió Ortega Smith, uno de los pocos fundadores que, junto con Abascal, permanecen en la formación a día de hoy. Ortega, que por cierto acudió a la presentación de este nuevo ThinkTank con nombre de diosa griega, afirmó en un programa de radio que en España, ahora mismo, podíamos hablar de dos modelos políticos – ya empezamos con las burdas dicotomías –: el de los enemigos de la patria y el de aquellos que estaban del lado del bien, de la familia, de la unidad nacional…
Ya lo ven, polémica servida. Desde Vox, esta afirmación no ha pasado desapercibida, todavía más si atendemos a la línea que el partido venía siguiendo para con los populares – una creciente diferenciación –, y estas afirmaciones del exsecretario general Ortega Smith han sido interpretadas como una guiño al discurso marcado por Espinosa de los Monteros: dos bloques, izquierda y derecha. ¿Diagnóstico? La unión y el consenso entre populares y los de Abascal ha de materializarse cuanto antes, esto es, ¡a compartir equipo!
Algunas llamadas han debido de volar desde la Calle Bambú estos días. La realidad es que la forma de relacionarse entre Vox y el PP es un interesante objeto de análisis, por cuanto parece – ya saben luego como es esto – que la única formación de derechas que venía creciendo de forma exponencial en los últimos meses era la de Abascal, a costa del estancamiento e incluso descenso de los de Génova. Cabe plantearse entonces algunas cuestiones al respecto dentro del seno de los referidos partidos: ¿Qué debe hacer un Vox al alza llegados a este punto?,¿cuál han de ser los comportamientos de un Partido Popular incapaz de robar votos a su principal competidor electoral? Y, mejor aún, ¿juntos o separados?
El argumento de «hay que ir juntos para acabar con Sánchez como sea» se ha venido repitiendo con cierta asiduidad en los últimos años. También se dijo algo similar, esta vez desde el otro espectro, tras la irrupción de podemos a la izquierda del PSOE: «¡exigimos una unión para echar a la corrupción de las derechas del gobierno!» Una unión que, entonces sí, se certificó con el famoso abrazo entre Iglesias y Sánchez. Unos años después y un gobierno de coalición entre medias, ¿qué queda de Podemos?
Consenso, entendimiento y acuerdo, dicen desde estas nuevas plataformas. A uno, que tiene sus tendencias, le viene entonces irremediablemente a la cabeza un artículo de Julito Llorente en que hablaba, a propósito de este tema, del consenso por el consenso, de un acuerdo sin fin, sin contenido. El Partido Popular viene reclamando la paz a los de Abascal, a los que no en pocas ocasiones acusan de dedicar mayores esfuerzos en atacarles a ellos – que deben ser sus aliados – que a Sánchez y compañía. Hacen bien desde Génova, esa ha de ser su estrategia a seguir si quieren robarle votos a Vox.
Decía Ramiro de Ledesma, sobre esto de la paz, que «el pacifismo lo predican los poderosos, porque asegura la permanencia de los tiranos en el poder», y a esa máxima ha de ceñirse Feijóo. Si el PP quiere mantener su hegemonía, su poder dentro del bloque de derechas, si desea recuperar la sensación de calma y no tener detrás del cogote a otra formación que amenaza con darle el sorpasso, que marche a predicar la paz para con Abascal. Desde Génova deberían de abandonar ese juego puntual de llamar a Vox reaccionarios por las mañanas y llegar a acuerdos con los mismos reaccionarios por la noche, porque eso tiene un efecto muy claro en el votante medio: ¿qué es Vox entonces? ¿Cómo vamos a votar a quién va a pactar con unos a los que llama fascistas? Los populares deben ofrecer a Vox una relación de normalidad absoluta, esto es, «son una formación más, estamos destinados a entendernos con ellos y no tenemos ningún problema» ¡Hagámonos amigos! Como decía Espinosa, estamos destinados a entendernos y respetarnos, somo aliados contra Sánchez.
Vox entra entonces en una tesitura que, muy posiblemente, marque su permanencia en el tablero político nacional. Cantaba Siniestro Total aquello de «¿Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?». Pues bien, a esas tres preguntas ha de responderse la formación, que lleva ya algún tiempo con ciertos integrantes del partido que no terminan de aclararse y, por tanto, tampoco aclaran al resto. Vox está viviendo una transformación interesantísima en los últimos tiempos, más bien, está viviendo un afianzamiento. Las directrices marcadas por el partido parecen ir encaminadas a una diferenciación absoluta del PP. Sin embargo, uno puede sospechar de ciertas facciones que no acaban de comprar ese camino y desean que la formación recorra otro sendero bien distinto.
De la mano con este PP, ¿sí o no? La respuesta varía atendiendo generalmente a un criterio biológico: la edad. La disyuntiva que los de Abascal tienen para definir su relación con los populares – recuerdo aquí que esa decisión, desde el punto de vista del que escribe, determinará su supervivencia – encuentra dos respuestas bien definidas que parecen dividirse en grupos de edades dentro del partido. Vox puede decidirse a declararle la guerra política al PP o a ir de la mano con Feijóo, Cuca Gamarra y González Pons dado que, al fin y al cabo, tenemos un enemigo común y la prioridad es derrotarlo. Era así ¿verdad, Iván?
Mientras la rama de Vox más entrada en años, esa que se levanta e interrumpe los minutos de silencio parlamentarios por los muertos del conflicto Palestino o que acude al congreso con pines de Israel, la misma que tiene sueños húmedos con le segunda venida de Margaret Thatcher, defiende, desde la postura del sosiego que la experiencia les otorga, la necesidad de llegar a entenderse con populares; el espectro más juvenil de la formación encarna una segunda postura que, atendiendo como digo a los últimos meses, parece imperar hoy en el partido: No hay consenso que valga con quien quiere mantener el poder – recuerden a Ledesma aquí –, porque el consenso por el consenso, sin contenido y sin finalidad concreta, acabará poniendo fin al motivo existencial de Vox: ser alternativa a todos los productos políticos que han nacido desde el Régimen del 78, también al PP.
Aunque nos hemos malacostumbrado a que la experiencia, traducida en edad, justifique y pueda todo frente a la rebeldía de una juventud insatisfecha, Vox tiene la obligación – si quiere mantenerse en el juego de la política – de defender su radical diferencia con los partidos tradicionales españoles y dar aquí la razón a quienes así lo manifiestan, sean o no jóvenes. Si Vox quiere perdurar, quiere aspirar al gobierno y mantenerse como alternativa, debe ser, precisamente, alternativa, también y todavía más si cabe, con respecto de Génova.
Quizás algunos no lo entiendan, puedan pensar que esa posibilidad no sea del todo realista y que Vox jamás llegará a gobernar en solitario, por tanto, habrá que entenderse cuanto antes con los populares. Desde luego, a corto plazo, Vox no alcanzará esas cumbres ni mucho menos, pero hablamos aquí de la estrategia que debería – desde el punto de vista de un servidor – llevar a cabo la formación si no quiere repetir al historia efervescente de Podemos.
Corre peligro esta disyuntiva – un peligro real y no menor – de convertirse el asunto en una lucha generacional que ya asoma, y con mucha intensidad, entre algunos resquicios de la política. Cuidado con aquello del «boomer contra los jóvenes», que en cualquier momento se nos va de las manos por muy justificado que este. Pero de Vox depende mirar al largo plazo y abandonar ese consenso por el consenso para decidirse a ser alternativa a todo, especialmente al PP, con vocación de permanencia garantizando así su recorrido futuro; y de Feijóo depende, si quiere olvidarse de Abascal, poner a Vox en a la tesitura cortoplacista de tener que explicarle a Juan, padre de familia con 3 hijos y que ve a Vicente Vallés todas las noches, que no va a apoyar a Feijóo para echar a Sánchez. Y una vez estemos ahí, habrá que ver entonces qué prima, si la urgencia o el fin de la permanencia.
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